Mercado palestino, mercado cautivo de Israel

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almacen hebron

Almacén en Hebrón. Foto: Tali Feld Gleiser.

Por Joan Cañete Bayle.

La cita de un funcionario europeo, desde el anonimato, es buena y, por tanto, ha hecho fortuna en la prensa estos días: “It is outrageous that a country which has just demolished 25,000 houses is demanding that their construction industry benefit from rebuilding them at the expense of the international community. Talk about chutzpah writ large” La lástima es que a UE sólo dice estas cosas desde el anonimato. Su función en la tragedia palestina es merecedora en realidad de figurar en una farsa: el pagano al cual unos desprecian y los otros aún deben agasajar aunque lo hayan dejado ya por imposible, hartos de su inutilidad. El ciclo se ha dado ya tantas veces que daría risa si no fuera tan penoso: la UE paga la construcción, Israel destruye, la UE paga la reconstrucción, Israel vuelve destruir. Cuanto mayor es el problema de conciencia (como ahora en Gaza, esos 50 días de ominoso silencio), más dinero aportan los europeos. Que ahora se enfaden porque resulta que Israel quiere que sean sus empresas quienes reconstruyan Gaza es, como dice el periodista Jonathan Cook en su imprescindible blog, ridículo: esto siempre ha sido así. Se llama, como todo lo que sucede en la zona, ocupación y sus estructuras.

Concretando: sin que haya nada escrito (muy pocas cosas están por escrito en Israel, de entrada no hay Constitución), las medidas de “seguridad” que impone Israel para “asegurarse” de que el cemento y el hierro que entran en la franja van a la reconstrucción y no al “rearme” implican ‘de facto’ que será la industria de la construcción israelí quien reconstruya Gaza (y se enriquezca) con los fondos procedentes de la ayuda internacional. ¿Irónico, por decirlo suave? Sí. Pero nada nuevo, y la UE lo sabe, sus ONG están hartas de explicar a sus consulados, por ejemplo, cómo el material que les llega con destino a Gaza se pudre durante meses en el puerto de Ashdod a la espera de obtener los ‘permisos’ necesarios. Mientras, empresas israelíes introducen en Gaza esos mismos productos. Gaza, durante el bloqueo y antes del bloqueo, es un mercado cautivo de Israel, como también lo es Cisjordania, un mercado formado por millones de personas que no pueden comprar más productos que israelíes dado que, por un lado, no existe una importación digna de ese nombre porque Israel no lo permite (es Tel-Aviv quien controla fronteras y accesos) y, por el otro, la industria palestina es extremadamente débil a causa de su dependencia de Israel para la materia prima y de los controles y bloqueos. Es decir, la ocupación.

Los estantes de las tiendas de Gaza están llenos de productos etiquetados en hebreo y los zafios propagandistas te enseñan esas fotos y te dicen, ‘¿ves, el bloqueo no será tan grave cuando los palestinos puedan comprar leche israelí’ (o peor: ‘sí, sí, mucho Israel es muy malo pero bien que compran sus pañales’ Claro, no quieren saber que una de las estructuras terroristas destruidas en Gaza fue una fábrica de pañales en la zona industrial…). Normalmente, esto funciona con que un intermediario en el territorio ocupado y un intermediario en Israel se ponen de acuerdo, el israelí se encarga de hablar con su Gobierno para lograr los permisos y ambos acaban repartiéndose, de forma proporcional, el pastel. Al israelí se le llama en la prensa, cuando aparece, si es que aparece, “empresario con buenas relaciones con los palestinos”. Al palestino se le llama “hombre fuerte” en la zona: Gaza, Ramala, Jenin, Belén… Desde los acuerdos de Oslo, los hombres fuertes acostumbran a ser dirigentes de Al Fatah, algunos de ellos muy conocidos, algunos de ellos profesionales del proceso de paz, algunos de ellos muy ricos, algunos de ellos aún en el poder o muy cerca, algunos de ellos muy amigos de políticos occidentales, algunos de ellos evacuados en helicóptero por Occidente y protegidos por los servicios secretos de alguna potencia en agradecimiento por los servicios (colaboracionistas) prestados.

En Gaza, el macabro juego del bloqueo es saber cómo, cuándo y hasta donde apretar para que todos los que importan ganen, o no pierdan demasiado, y en ese grupo se incluyen las empresas israelíes. En los hospitales de Gaza, por ejemplo, puede faltar material médico básico, pero en los estantes difícilmente dejará de haber refrescos de cola de una marca u otra. En este sentido, Egipto, desde que se abrió el paso de Rafah, tiene un papel colaborador básico con la economía israelí, ya que por su lado de la frontera pueden entrar productos y combustible, pero lo hacen a cuentagotas y siempre previa negociación con Israel. El ocupante es Israel, no Egipto, y eso El Cairo no quiere cambiarlo. Los túneles de contrabando dan para mucho, pero no para introducir camiones cisterna con combustible.

En un pueblecito cristiano de Cisjordania llamado Taybeh se alza la empresa Taybeh, productora de la única cerveza palestina. Sus propietarios, la familia Khoury, podrían escribir un libro sobre lo que implica intentar producir un producto que compite con otro israelí. Una vez me explicaban, por ejemplo, cómo un proyecto de expansión a través de la exportación fue abortado porque los envases necesarios sólo llegaban a la fábrica en cuentagotas a causa de “motivos de seguridad”. La materia prima procedía de Europa y quedaba atascada en los puertos israelíes. Qué pérfida esta gente de Hamas que exige un puerto, un aeropuerto y libertad de movimiento y de mercancías, al menos, entre Gaza y Cisjordania.

Esta libertad de movimiento no es un problema de seguridad; es un problema político (Israel quiere a Gaza y Cisjordania aisladas entre sí y del mundo) y es un problema económico: la economía israelí, fuertemente subsidiada por Estados Unidos y donaciones privadas, necesita del mercado cautivo de consumo que constituyen millones de palestinos que usan la misma moneda que Israel y a quienes llegan, a través de la ayuda internacional, millones de dólares y de euros al año que de una forma u otra acaban yendo a parar a las arcas de Israel y a los de los intermediarios, palestinos e israelíes, que hacen posible que funcione el engranaje de la ocupación. La fórmula se repite en centenares de ámbitos económicos. De vez en cuando, por ejemplo, se oye que Israel retiene los impuestos de la ANP. Son tasas que generan los palestinos, que recauda Israel y que Tel-Aviv usa según le place. Ocupación, se llama esto.

Así que los funcionarios europeos, en lugar de escandalizarse como damiselas, tal vez deberían empezar a llamar a las cosas por su nombre. No es chutzpah: es la ocupación.

PD: La ONU acaba de publicar un informe desolador sobre la situación económica de Gaza antes de la destrucción de este verano. “The 2014 report on Assistance to the Palestinian People, compiled by the UN Conference on Trade and Development, details how Palestinian economic deterioration, which is largely rooted in the territory’s occupied status, has resulted in weak growth, a precarious fiscal position, forced dependence on the Israeli economy, mass unemployment, wider and deeper poverty, and greater food insecurity”. La negrita es mía: para la ONU, como no podía ser de otra forma, el problema es la ocupación.

@jcbayle

Fuente: http://decimaavenida.wordpress.com/2014/09/04/mercado-cautivo/

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