Palestinas manifiestan ante el checkpoint de Qalandiya (entre Jerusalén y Ramala) la víspera del 8/3/15. (Anne Paq/Ahmad Al-Bazz).
John Pilger*
Cuando en la década de 1960, siendo un joven reportero, fui por primera vez a Palestina, me alojé en un kibutz. Las personas a las que conocí eran trabajadoras, llenas de energía, y se llamaban a sí mismas socialistas. Me gustaron.
Una noche durante la cena, les pregunté por las siluetas de personas que se veían a lo lejos, más allá de nuestro perímetro.
“Árabes”, dijeron, “nómadas”, casi escupiendo las palabras. Dijeron que Israel -refiriéndose a Palestina- había sido prácticamente una tierra baldía, y que una de las grandes hazañas de la empresa sionista era hacer florecer el desierto.
Pusieron como ejemplo su cultivo de naranjas de Jaffa, que se exportaban al resto del mundo: un triunfo sobre los caprichos de la naturaleza y la negligencia humana.
Era la primera mentira. La mayor…
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