Por Antzine Biain.
Cuando pensamos o hablamos de Palestina, siempre vienen a nuestra mente palabras como: violencia, guerra, muerte, tanques, piedras, bombas, destrucción, dolor y como no: fanatismo, religión, machismo y un largo etc.
Nuestro bien instaurado paternalismo occidental nos impide ver más allá de nuestras narices, como siempre.
Hablando de la mujer en particular he visto velos o pañuelos transparentes en mi propio pueblo mucho más sólidos y difíciles de quitar que la ropa que allí llevan muchas mujeres como símbolo de su propia identidad y hablando de la situación en general veo aquí más vida de la que se pueden siquiera imaginar tener muchas personas que se creen afortunadas en occidente.
Porque Palestina despierta cada día, trabaja, estudia, habla, anda, corre y a veces se cae pero siempre se levanta de nuevo. Nace y muera, canta, ríe y también llora, se enamora, se separa, siente, se emociona, sufre y también disfruta, y se acuesta cada noche… y sueña.
Pero sobre todo resiste y lo hace con tal intensidad que te estremece, con tanta dignidad, que te conmueve y emociona y eso hace que sientas un profundo y verdadero respeto y admiración por su gente, pero sobre todo un gran amor.
Porque a pesar de lo que vemos y escuchamos sobre ella, Palestina es ante todo amor. Amor a su tierra, a sus raíces, a su cultura y costumbres, a su identidad, a sus gentes y también a nosotras las que venimos de fuera: amor al otro.
Creo que si queremos de verdad sentir la vida y lo que realmente merece la pena de ella, deberíamos aprender de Palestina: tierra ocupada, lastimada, ultrajada, encarcelada, asesinada pero aun así generosa, solidaria, resistente, valiente y llena de coraje y también de esperanza.
Así pues solo nos queda saber si esta Palestina viva pero dividida política, geográfica, económica y socialmente, fragmentada y herida en lo más profundo de su ser, será capaz de luchar unida contra el mayor de sus enemigos y si nosotros desde este lado del mundo seremos capaces de combatir con ella, Inshalla, Ojalá.
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