
Aquí estuvo el papa Francisco
Por Tali Feld Gleiser.*
Jamás alguien podría imaginarse que mansiones señoriales de una belleza fastuosa, como el hotel Jacir Palace, podrían ser la antesala de una de las obras de ingeniería más monstruosas de la humanidad: el muro de la vergüenza. Tampoco yo hubiera supuesto que me encontraría de bruces con una torre de vigilancia. No había nada ni nadie que me previniera, o un cartel que dijera «No apto para seres humanos sensibles a los derechos humanos».
De repente la avenida se transformó en una calle y allí aparecieron los bloques de concreto gris, rectangularmente deformes, inhumanamente humanos, con forma de torre en un extremo. A medida que me acercaba, el paredón me acorralaba sin moverse de su lugar. No me atreví a aproximarme y me demoró un patio con flores. Miré de reojo hacia donde se encontraba el muro con la vana esperanza de que ya no estuviera más allí. Pero seguía más firme que nunca, me acechaba, me espiaba cobardemente para defenderse de sí mismo.
«Bienvenido, Papa. Belén parece el ghetto de Varsovia. Necesitamos que alguien hable de Justicia. Palestina Libre. Muro del Apartheid».
Estaba parada exactamente en el mismo lugar del muro por donde hacía pocos días el papa Francisco había rezado y apoyado la cabeza en silencio. Según dijeron los diarios, fue una parada no programada.
Por primera vez en mi vida, las lágrimas se quedaron atascadas. El muro no daba pena, tampoco tristeza. Daba mucha rabia, impotencia exasperante.
Seguía sin haber ni un alma en la calle pero ante mí pasaban contorneando la muralla niños y niñas que recorrían kilómetros para poder ir a la escuela, campesinos cuyas tierras quedaron de un lado y su casa del otro, familias divididas, trabajadores que llegaban a las cuatro de la mañana a los puestos de control para entrar a su trabajo a las ocho, y hasta soldados israelíes aterrorizados por un enemigo que se reflejaba en su espejo cada mañana, con alambres de púas, un tren destartalado camino a la muerte. «Arbeit macht frei»[1].
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[1] El trabajo libera, que se leía en la entrada a Auschwitz.
*Extracto del libro de próxima publicación «Una Judía en Palestina».
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