Por Joan Cañete Bayle.
Lo llaman seguridad, pero no lo es. Decisiones como la de prohibir que ciertos pasajeros (los que embarcan desde una serie de países de Oriente Próximo y África con vuelos directos a Estados Unidos o el Reino Unido) suban a aviones con dispositivos electrónicos no es una medida de seguridad. Es, dejando de lado proteccionismo comercial para ayudar a las aerolíneas estadounidenses, una flagrante forma de discriminación. Y otras cosas más:
— Es islamofobia. La prohibición parte del concepto de que todos los musulmanes son culpables hasta que demuestren lo contrario, que todos son terroristas en potencia. Y lo son no por cuestiones económicas, políticas o sociales, sino religiosas, porque se erige islam y yihadismo como una especie de sinónimos.
— Es supremacista. La civilización occidental tiene unos valores superiores a los orientales (liberad, democracia, capitalismo, bienestar) que el yihadismo quiere destruir. No hay motivos para el terrorismo, no existen ni las guerras, ni el racismo, ni el expolio de recursos naturales, ni el fallido proceso de integración, ni las humillaciones, ni el sentirse señalado y acusado y estigmatizado por motivos identitarios. El único motivo por el que existe el yihadismo es atacar los valores supremos de Occidente (“judecristianos”, por citar a Steve Bannon). Es envidia, rabia y odio lo que mueve al yihadismo y aquí conviene recordar el anterior punto: islam y yihadismo son prácticamente sinónimos. Un copiloto de unas aerolíneas alemanas puede estrellar un avión contra una cordillera por problemas mentales; un chaval estadounidense blanco y cristiano puede matar a decenas de compañeros en un instituto porque la violencia de Hollywood y de los videojuegos lo han enajenado; pero un musulmán siempre cometerá actos de violencia por motivos religiosos.
— Es paternalista. Porque el problema son las aerolíneas que salen de unos países determinados. Si un musulmán llega a Estados Unidos, por decir algo, desde Madrid, se le permitirá volar con dispositivos electrónicos porque, pese a ser musulmán, de las medidas de seguridad de algunos países nos fiamos y de las de otros, no. Porque se pueden hacer todos los negocios del mundo con Arabia Saudí, se le puede financiar, se puede apoyar a la dictadura de Al Sisi en Egipto y se puede convertir en un Estado fallido a Irak y llenarlo de contratistas a lo Hulliburton, pero en el fondo nunca te puedes fiar de un país árabe o musulmán aunque sea aliado. Porque aunque sus gobernantes sátrapas te ayuden, su población… ¡ay!, su población.
— Es racista. Porque promueve el miedo (y todo lo que le sigue: odio, rechazo, intolerancia…) al otro, al diferente, al que no es del mismo color que nosotros, al que no reza según el mismo libro. Da igual que muchos países musulmanes no entren dentro de la prohibición decidida, ante la opinión pública la estigmatización y la generalización funcionan igual.
— Es contraproducente. El yihadismo es ante todo una idea que se nutre de su propio proceso, por decirlo en términos post-modernos, de post-verdad. Millones de musulmanes se sienten hoy señalados como enemigos, y un puñado de ellos, una proporción muy pequeña, habrán recibido el último empujón para convertirse de verdad en un enemigo. Tan solo hace falta un lobo solitario para cometer una matanza.
— Es inútil. Porque lo único que tienen que hacer los aspirantes a yihadistas es volar con otras aerolíneas. Porque la seguridad absoluta no existe.
— Es una medida de control. Porque atemoriza a las sociedades occidentales, las prepara para seguir perdiendo batallas en la guerra entre seguridad y libertades. Primero se lo hacen a ellos, después nos lo harán a nosotros.
Y es indecente. Y encima lo hacen en nuestro nombre.
—
Fuente: Décima Avenida.
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