Por Jeff Halper.
A lo largo de los años se han vertido toneladas de tinta en la aparentemente interminable cuestión de los palestinos e Israel. La maravillosa Librería Educativa de Jerusalén Este está llena de libros, películas y mercancías sobre los palestinos y sus luchas, mientras que la de Steimatsky en Jerusalén Oeste ofrece gran cantidad de material, pero menos crítico, sobre Israel. La Asociación de Estudios sobre Israel enumera trece institutos y departamentos de estudios sobre Israel; hay ocho institutos de estudios sobre Palestina en el mundo. Además de revistas especializadas en Palestina e Israel, docenas de conferencias internacionales sobre temas específicos de Israel y Palestina y miles de artículos en una amplia variedad de revistas. ¿Qué más podría añadirse al análisis? ¿Qué más podría alterar significativamente la forma en que vemos el “conflicto”?
Al final, el análisis importa. Las discusiones aparentemente arcanas sobre temas en lenguaje académico, impenetrables para la mayoría de los lectores y fuera del discurso activista en su momento, generan formas de concebir la situación política que abren nuevas posibilidades de llegar a un acuerdo político mientras se eliminan otras. Tal es el poder del colonialismo de asentamiento, un enfoque de estudio relativamente reciente, de unos veinte años de antigüedad. Aunque totalmente ausente del abundante discurso público y del debate político (teniendo en cuenta que el término “colonialismo de asentamiento” es demasiado académico y difícil de integrar en la discusión popular), aclara más que cualquier otro término (“ocupación”, por ejemplo) la situación en todo Israel/Palestina, a la vez que señala el camino hacia la descolonización, la única solución política justa y factible.
Lo hace abordando una cuestión fundamental que hasta ahora ha demostrado ser insalvable: ¿es el sionismo un movimiento nacional legítimo o simplemente otro caso de colonialismo? Para aquellos que argumentan que el sionismo es un movimiento válido para los derechos nacionales judíos, no puede ser un movimiento colonial, ya que son los judíos los que son indígenas del país. Los derechos “judíos” tienen prioridad, por definición, sobre los de los palestinos, cuya existencia como pueblo, y ciertamente como pueblo nativo, es negada. Para aquellos que conciben el sionismo como un movimiento colonial de europeos orientales y rusos para tomar el control del país de otro pueblo, no tiene ninguna legitimidad “nacional”. No solo se considera que el colonialismo es ilegítimo porque viola el derecho fundamental a la libre determinación (y, en su forma de ocupación permanente, viola la Convención Internacional para la Represión y el Castigo del Crimen de Apartheid de 1973), sino que se rechaza el hecho mismo de que los judíos constituyan una nación que, además, tenga derechos de libre determinación.
Es esta falta de salida, tanto conceptual y estructural como práctica, la que ha llevado al actual Estado de apartheid israelí y a la desesperación práctica ante la ausencia de una resolución justa. Independientemente del partido en el poder en Israel, el sionismo es una ideología y un movimiento que reivindica en exclusiva toda la Tierra de Israel, desde el mar [Mediterráneo] hasta el río [Jordán]. Israel niega oficialmente el hecho mismo de la ocupación — y, por supuesto, del apartheid — , y se niega a reconocer los derechos nacionales palestinos más allá de una “autonomía” establecida por el propio Israel. Se reserva el derecho de emprender cualquier acción unilateral que desee en la Tierra de Israel, tanto por motivos de “seguridad” como por derecho. Por esta razón, y no por las dificultades en las negociaciones o la logística, Israel nunca consideró seriamente la solución de los dos Estados. Hacerlo equivaldría a admitir que existe en “nuestro” país otro pueblo con los mismos derechos nacionales y territoriales. Por su parte, los palestinos nunca podrán aceptar la legitimidad de las reivindicaciones sionistas, que para ellos parecen legitimar el colonialismo de los asentamientos, aunque por razones de debilidad política sí aceptaron la solución de los dos Estados. Así que todas las opciones están actualmente cerradas. Está cerrada la solución de dos Estados porque Israel se niega a renunciar a la reivindicación de Jerusalén Este y de Judea y Samaria (Cisjordania); está cerrado el actual régimen de apartheid — incluyendo cualquier ajuste entre el apartheid y la autonomía que proponga el plan de Trump — porque los palestinos no pueden aceptar la subyugación permanente; y está cerrado un solo Estado binacional, porque ni los israelíes ni los palestinos pueden reconocer la presencia nacional del otro.
Dentro de los parámetros analíticos actuales, cualquier proceso político está estancado. Lo que se necesita es un cambio conceptual que ofrezca una salida que, sorprendentemente, el colonialismo de asentamiento hace posible. Lo hace sustituyendo la búsqueda de un compromiso entre un Estado ocupante dominante, que goza del apoyo de los gobiernos, y una débil “autoridad” ocupada por un proceso de descolonización en el que, como en Sudáfrica, los colonos permanecen, pero las estructuras que aseguran su dominación son desmanteladas. Una especie de “trato” o “intercambio” se hace posible: nosotros, los nativos, otorgaremos “pertenencia” (legitimidad) a los colonos — algo que nunca conseguirán de otra manera — a cambio de que reconozcan nuestra soberanía, nuestra narrativa y nuestros derechos como pueblo indígena. La Constitución del Estado democrático que surgiría por esta vía representaría, así, una especie de tratado entre distintos colectivos que no sería un régimen binacional. Garantizar los derechos colectivos e individuales responde a las preocupaciones de Israel por su continua presencia en el país, al tiempo que responde a las objeciones palestinas sobre cualquier posibilidad de perpetuar una situación colonial. No menos importante, la descolonización permite un proceso de reconciliación entre indígenas y colonos, mientras que los ciudadanos del nuevo Estado desarrollarían colectivamente una sociedad civil compartida.

La descolonización como solución política
Cualquier enfoque para poner fin al colonialismo de asentamiento en la Palestina histórica debe comenzar por abordar el sionismo. Al margen de las políticas, respuestas y posiciones negociadoras palestinas, no es posible lograr una solución política sustancialmente justa sin desmantelar las estructuras de dominación erigidas por el sionismo de los colonos. La descolonización debe hacer frente a esta asimetría fundamental. También debe dirigir nuestra atención a la política sionista. La campaña del colonialismo de asentamiento se inició deliberadamente y la situación colonial se construyó de manera consciente y sistemática. Un actor político fue el responsable, y ese fue el movimiento sionista, y desde 1948 el gobierno israelí. Además, al sionismo se le ofreció dos veces la opción de llegar a un acuerdo nacional con los palestinos, al comienzo mismo de la empresa sionista y de nuevo en 1988, cuando la OLP aceptó la solución de dos Estados, y en ambos casos optó por rechazar el acuerdo y perseguir el colonialismo exclusivista y unilateral de los asentamientos. Este enfoque hace hincapié en la agencia sionista — las decisiones tomadas — más que en el derecho bíblico, la victimización judía o el ein breira (“no hay elección”), que presentan las reivindicaciones judías/sionistas/israelíes como intrínsecamente justas, exclusivas e incuestionables, o como meras respuestas a la agencia de los demás.
Independientemente de la afirmación del sionismo de haber comenzado como un verdadero movimiento nacional, una vez que eligió la forma de colonialismo de asentamiento, hizo de la descolonización la única forma aceptable de resolución del conflicto. Son las políticas y acciones sionistas/israelíes las que han eliminado cualquier otra forma de acomodación que no sea la descolonización. Al elegir repetida y consistentemente la vía del reclamo exclusivo de la Tierra, excluyendo — y negando — los derechos nacionales palestinos y llevando a cabo políticas continuas de desplazamiento y colonización, el sionismo transformó rápidamente un movimiento potencialmente legítimo por los derechos nacionales judíos en una empresa colonial de asentamientos inaceptable e insostenible. Antes de considerar lo que implica la descolonización, tratemos brevemente la transición del movimiento nacional judío al colonialismo sionista de asentamiento.
El sionismo: un proyecto colonial de asentamiento
El análisis del colonialismo de asentamiento nos ofrece descripción simplificada, pero no reduccionista, de la historia de “Israel”, que se muestra en el siguiente gráfico. Los marcadores políticos habituales (el “exilio” romano, los congresos sionistas, las olas de aliyot (inmigración), 1948, 1967, Oslo, etc.) pierden su carácter decisivo, incorporados, como están, en un proceso de colonización más continuo. Y además de ofrecer una visión más coherente de la historia sionista, hace una contribución política aún más importante: especificar lo que se debe hacer para lograr una realidad poscolonial genuina e incluyente.

(1) La conquista de Canaán. Puesto que el sionismo invoca los derechos nacionales judíos que se remontan a los tiempos bíblicos, es útil señalar que los antiguos hebreos/israelitas/judeos — que en cualquier caso no estaban relacionados orgánicamente con los judíos modernos — también eran colonos de asentamiento. Hacer referencia a esa larga historia, entonces, fortalece en realidad el análisis del colonialismo de asentamiento al socavar la noción de la indigenidad y los derechos (históricos) de los israelitas/judíos. También enfatiza la agencia y responsabilidad israelita/sionista/israelí, incluso hacia los cananeos indígenas, que fueron objeto del genocidio israelita. La conquista de Canaán nos propone una historia colonialista de asentamiento — irónicamente en el centro de las reivindicaciones israelíes — que nos trae hasta el día de hoy.
(2) El sionismo elige el colonialismo de asentamiento (1897–1904). Saltemos al comienzo del sionismo moderno. La “Pregunta Oculta” — ¿qué hacemos con los árabes? — surge ya desde el nacimiento del movimiento sionista. Al dirigirse al Séptimo Congreso Sionista en 1905, Isaac Epstein (1907), que ya llevaba 20 años en Palestina, dijo a los delegados reunidos:
Entre las cuestiones difíciles relativas al renacimiento de nuestro pueblo en su patria, hay una que pesa más que todas: nuestras relaciones con los árabes. […] Dedicamos atención a todo lo relacionado con nuestra patria, discutimos y debatimos sobre todo, alabamos y criticamos en todos los sentidos, pero hay una cosa trivial que hemos pasado por alto durante tanto tiempo en nuestro hermoso país: existe todo un pueblo que la ha mantenido durante siglos y a quien nunca se le ocurrirá irse. […] No debemos arrancar a la gente de las tierras a las que ellos y sus antepasados dedicaron sus mejores esfuerzos. Si hay agricultores que riegan sus campos con su sudor, estos son los árabes. ¿Quién podría poner en valor todo el trabajo del felah, arando en lluvias torrenciales, cosechando en el caluroso verano, cargando y transportando la cosecha?
[…]
Pero dejemos de lado por un momento la justicia y la sensibilidad y examinemos la cuestión sólo desde el punto de vista de la viabilidad. Supongamos que en la tierra de nuestros antepasados no tenemos que preocuparnos por los demás y se nos permite — quizás incluso se nos obliga — a comprar todas las tierras accesibles. ¿Puede continuar este tipo de adquisición de tierras? ¿Permanecerán los desposeídos en silencio y aceptarán lo que se les está haciendo? ¡Al final, se despertarán y nos devolverán a golpes lo que les hemos robado con nuestro oro! Ellos buscarán reparaciones legales contra los extranjeros que los han arrancado de sus tierras.
[…]
Los principios que deben guiarnos cuando nos establezcamos en esta nación son los siguientes:
A: El pueblo judío, el más destacado defensor de la justicia y la ley, el igualitarismo y la fraternidad del hombre, respeta no sólo los derechos individuales de cada persona, sino también los derechos nacionales de cada nación y grupo étnico.
B: El pueblo de Israel, deseoso de renacer, se solidariza — en las palabras y en los hechos — con todas las naciones que están despertando a la vida y tratan sus aspiraciones con amor y buena voluntad y fomentan en ellas su sentido de identidad nacional.
Estos dos principios deben ser la base de nuestras relaciones con los árabes. […] Por lo tanto, debemos establecer un pacto con los árabes que sea productivo para ambas partes y para la humanidad en su conjunto.
Advertidos por Epstein y otros (figuras sefardíes como Albert Entebbe y Nissim Behar, el líder sionista Max Nordau quien, al llegar a Palestina en 1897, informó que “la novia es bella pero está casada”, “sionistas culturales” como Eliezer Ben Yehuda, Ahad HaAm y Henrietta Szold, así como Musa Alawi y muchos otros líderes palestinos), los sionistas tomaron deliberadamente la decisión de convertirse en un movimiento colonial de asentamiento. Reclamaron todo el país, negando y violando los derechos nacionales de los palestinos, y se embarcaron en una campaña concentrada de “judaización” que continúa, casi terminada, hasta el día de hoy. Aunque el sionismo, como movimiento que emergió en Europa Central y Oriental y en Rusia, estaba predispuesto a un nacionalismo excluyente, podría haberse esforzado por evitar el colonialismo reconociendo y adaptándose al nacionalismo palestino, pero no lo hizo.
(3) Segunda oportunidad: 1988–1996. Ya se trate del comienzo formal del colonialismo sionista en las políticas ya adoptadas por la Oficina Palestina en 1908, la Declaración Balfour de 1917 o la represión de la Revuelta Árabe (los “disturbios” o incluso los pogromos en el lenguaje sionista) de 1936, el sionismo fue siempre un movimiento colonial de asentamiento consciente de sí mismo, que mantuvo su curso a través de hitos tan importantes como la Conferencia de Versalles, la Comisión Peel, 1948, 1967, el Proceso de Oslo y la actual política de asentamientos, anexión y abandono de la solución de los dos Estados. En este siglo y en un proceso de colonización de un cuarto de siglo, estos acontecimientos aparentemente profundos se convierten en meros detalles, en la mayoría de las etapas, en un proceso unitario, prolongado y unilateral.

Hubo, sin embargo, un momento decisivo adicional en el que el sionismo/Israel pudo haber cambiado fundamentalmente la naturaleza del “conflicto” y haber avanzado hacia un verdadero poscolonialismo: 1988, cuando la OLP aceptó la solución de dos Estados y reconoció al Estado de Israel dentro de las líneas de armisticio de 1947. Incluso se podría decir que en ese momento el sionismo triunfó: ganó la oportunidad de resolver sus diferencias con los palestinos, ganar legitimidad y conservar el 78 por ciento de la Palestina histórica. Sin embargo, a pesar de esta “oferta más que generosa”, Israel eligió de nuevo rechazarla y llevar hasta el final (la plena judaización) su campaña colonial. Sin saber lo que habría pasado si Rabin hubiera vivido, su asesinato en noviembre de 1995 y la elección de Netanyahu en marzo de 1996 pusieron fin a cualquier aspiración poscolonial palestina. Si la Primera Intifada (1987) estalló como una revuelta contra la ocupación, la Segunda Intifada (2000) representó un levantamiento mucho más profundo contra el sionismo, la judaización, el desplazamiento y el colonialismo. A partir de ese momento, el colonialismo de asentamiento sionista cerró todas las opciones a la descolonización excepto una: la transformación de todo el país en un único Estado democrático.
(4) El “triunfo” del colonialismo de asentamiento. El rechazo de Israel a cualquier posibilidad de acomodación y descolonización — de hecho, la reafirmación de su compromiso con el colonialismo de asentamiento — vino con la Operación Escudo Defensivo en 2002, que suprimió efectivamente no sólo la Segunda Intifada, sino la resistencia palestina en general. Desde entonces, y particularmente en el curso del cuarto gobierno de Netanyahu, a partir de 2015, se ha completado el proceso de judaización: Jerusalén Este ha sido formalmente anexionada a Israel, los “bloques” de asentamientos existentes que fragmentan Cisjordania están en proceso de ser anexionados y Gaza ha sido efectivamente separada de Cisjordania, y el derecho al retorno ni siquiera está sobre la mesa. En su conjunto, los habitantes palestinos de la Palestina histórica representan el 50% de la población, pero están confinados al 10% de la tierra, y eso en docenas de enclaves aislados. A menos que se pueda forzar un proceso de descolonización en Israel, el sionismo habrá tenido éxito en su objetivo principal: transformar Palestina en la Tierra de Israel.
(5) Hacia el poscolonialismo. Cuando se mira a través de la lente del colonialismo de asentamiento, sólo un proceso de descolonización puede engendrar un verdadero Estado de poscolonización, un tipo de acuerdo político que se ocupe de las estructuras y mecanismos subyacentes de dominación, no sólo de sus síntomas. Sólo en condiciones de descolonización profunda puede tener lugar la reconciliación entre los indígenas y los colonos, y el avance conjunto de ambas poblaciones hacia el establecimiento de una sociedad civil común. Estas son las únicas condiciones en las que una situación de colonial de asentamiento puede terminar sin que los colonos se vayan.
Hacia la descolonización
Sólo hay unas pocas maneras de acabar con el colonialismo de asentamiento. Los colonos podrían salir físicamente, devolviendo así el país a sus habitantes nativos. Esto ocurrió en situaciones en las que la reconciliación resultó imposible y la dominación de los colonos se hizo insostenible: los británicos en Irlanda, Kenia y Rodesia; los franceses en Argelia; los portugueses en Angola y Mozambique; y los sudafricanos en Namibia. Alternativamente, los colonos podrían lograr eliminar la población indígena, como hicieron los españoles en Argentina, o reducirla a una posición marginal dentro de la política de colonos independientes, como en Brasil, México y gran parte de América Latina, Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda. Los colonos también podrían establecer una política independiente pero ser incapaces de derrotar decisivamente a los nativos, que seguirían siendo una población desestabilizadora, lo que dejaría abierta la posibilidad de poner fin a la dominación de los colonos. El colonialismo de asentamiento israelí en Palestina es un buen ejemplo de este último dilema, al igual que lo fue Sudáfrica antes del fin del apartheid e Irlanda del Norte hasta el fin de The Troubles (que aún necesita resolución).
En el caso de Israel y de los palestinos, sólo un proceso exitoso de descolonización y reconciliación entre indígenas y colonos puede poner fin al “conflicto” (un término que los palestinos rechazan, ya que implica una lucha entre dos “partes” en lugar de la imposición unilateral de un régimen colonial represivo). La historia del “proceso de paz” en el último medio siglo se ha limitado a encontrar una fórmula pragmática, un compromiso viable. Los palestinos, en su debilidad política, han seguido la corriente. Durante los últimos 30 años ha estado sobre la mesa una oferta extremadamente “generosa” a los israelíes: nosotros, la población indígena, no sólo reconoceremos su soberanía sobre el 78 por ciento de nuestra patria histórica, sino que también normalizaremos las relaciones con ustedes y nos aseguraremos de que el mundo musulmán en general también lo haga. Pero al someterse a un “proceso de paz” basado en negociaciones de poder y no en el derecho internacional, los derechos humanos, la justicia o la descolonización, los palestinos han tenido que aceptar “compromisos” cada vez más escandalosos, llegando a someterse a un régimen de apartheid. Ese proceso ha alentado a Israel a considerar la conciliación con los palestinos como una propuesta de suma cero, ganar/perder, una que Israel cree que ha ganado.
Sólo un proceso de justicia y paz basado en la descolonización define una solución política en términos que aborden las cuestiones más profundas y, por lo tanto, otorga a las reivindicaciones de los indígenas más débiles un mayor peso moral, así como igual peso político y visibilidad. Entonces, ¿qué implicaría la verdadera descolonización de Palestina? ¿Qué habría que hacer para que se lograra una convivencia entre los indígenas y los colonos o, mejor aún, la reconciliación?
1. El “contrato colonial”, por el cual los colonos acordaron entre ellos que tenían derecho a colonizar el país, debe ser anulado. Esto abriría un espacio en el que podrían hacer el gesto necesario de mayor peligro para ellos: reconocer la presencia soberana de los pueblos indígenas y su derecho a la autodeterminación. Es este acto el que hace posible un “acuerdo” constitucional: la legitimidad de los colonos a cambio de los derechos de los nativos.
2. El derecho de los refugiados palestinos a regresar a su país y, en la medida de lo posible, a los lugares de donde fueron expulsados. Los refugiados — tanto los desplazados internos como los exiliados — deben poder reconstruir sus vidas personales y reintegrarse plenamente en la sociedad, la economía y la política del país.
3. Se debe instituir un régimen democrático en el que la ciudadanía común, la igualdad de derechos civiles, la justicia restaurativa y el respeto de las formas colectivas de asociación cultural y religiosa se combinen con el reconocimiento de los crímenes coloniales del pasado y, en concesión a los colonos, con un proceso de reconciliación.
4. Recuperar la historia y cultura nativas. Se debe llenar la “brecha narrativa” en la que la historia indígena es desconocida, no reconocida, contraintuitiva, amenazante, reprimida y resistida por la población colonial dominante. Esa “brecha” ha hecho invisible la lucha indígena anticolonial, ocultando y negando el hecho del propio colonialismo de asentamiento. Si bien parte de la narrativa de los colonos puede ser integrada en una nueva narrativa representativa, algunos de sus elementos básicos (el mito de los colonos que llegan a una tierra vacía, estéril y desprovista de historia, el de un pueblo indígena violento, sin derecho a voto y primitivo, frente a unos colonos pacíficos, “civilizados” y, en este caso, la narrativa nacional judía) deben ser reemplazados; y
5. Las estructuras y mecanismos de dominación deben ser desmantelados, en particular la gestión de la población, la gestión de la tierra, los controles militares y de seguridad, la gestión de la legitimidad y la descolonización de la mente, tanto de los colonos como de los colonizadores.
Hacia un plan político
Definir un proceso de descolonización, entonces, nos acerca a un plan real. Por importantes que puedan ser la resistencia, las protestas, el activismo de BDS, los grupos de presión, las campañas y otras acciones, una lucha política no puede ser resuelta sin un objetivo final, y en el caso de Palestina/Israel un objetivo final formulado y liderado por los palestinos, con el apoyo estratégico de los israelíes críticos y la sociedad civil internacional. Necesitamos traducir los requisitos de la descolonización en un plan político, una visión del futuro y una estrategia eficaz para lograrlo.

La Campaña por un Estado Democrático Único (ODSC, por sus siglas en inglés), un grupo central de palestinos y judíos israelíes con los que he estado comprometido durante el año pasado (que tiene una página en Facebook con ese nombre), ha formulado el siguiente programa de diez puntos para establecer un único Estado democrático en la Palestina histórica basado en el principio de la descolonización:
(1) Una democracia constitucional única. Se establecerá un Estado democrático entre el Mediterráneo y el río Jordán como un país que pertenezca a todos sus ciudadanos, incluidos los refugiados palestinos que puedan regresar a su patria. Todos los ciudadanos gozarán de los mismos derechos, de libertad y seguridad. El Estado es una democracia constitucional: la autoridad para gobernar y hacer leyes emana del consentimiento de los gobernados. Todos sus ciudadanos gozarán de igualdad de derechos para votar, presentarse como candidatos y contribuir a la gobernanza del país.
(2) Derecho al retorno, a la restauración y a la reintegración en la sociedad. El Estado democrático único aplicará plenamente el derecho al retorno de todos los refugiados palestinos que fueron expulsados en 1948 y en adelante, tanto si viven en el exilio en el extranjero como si viven actualmente en Israel o en el Territorio Ocupado. El Estado les ayudará a regresar a su país y a los lugares de donde fueron expulsados, y les ayudará a reconstruir sus vidas personales y a reintegrarse plenamente en la sociedad, la economía y la política del país. El Estado hará todo lo que esté a su alcance para restituir a los refugiados sus bienes privados y colectivos y/o indemnizarlos.
(3) Derechos individuales. Ninguna ley, institución o práctica del Estado puede discriminar a sus ciudadanos por motivos de origen nacional o social, color, género, idioma, religión u opinión política u orientación sexual. Una ciudadanía única confiere a todos los residentes del Estado el derecho a la libertad de circulación, el derecho a residir en cualquier lugar del país y la igualdad de derechos en todos los ámbitos.
(4) Derechos colectivos. En el marco de um Estado democrático único, la Constitución también protegerá los derechos colectivos y la libertad de asociación, ya sean nacionales, étnicos, religiosos, de clase o de género. Las garantías constitucionales garantizarán que todos los idiomas, las artes y la cultura puedan prosperar y desarrollarse libremente. Ningún grupo o colectividad tendrá privilegios, ni ningún grupo, partido o colectividad tendrá la capacidad de ejercer control o dominación sobre otros. El parlamento no tendrá autoridad para promulgar leyes que discriminen a ninguna comunidad en virtud de la Constitución.
(5) Inmigración. Los procedimientos normales de obtención de la ciudadanía se extenderán a quienes decidan emigrar al país.
(6) Construir una sociedad civil compartida. El Estado fomentará una sociedad civil activa, compuesta por instituciones civiles comunes, en particular educativas, culturales y económicas. Además del matrimonio religioso, el Estado se encargará del matrimonio civil.
(7) Economía y justicia económica. Nuestra visión busca alcanzar la justicia, y esto incluye la justicia social y económica. La política económica debe abordar las décadas de explotación y discriminación que han sembrado profundas brechas socioeconómicas entre las personas que viven en el territorio. La distribución del ingreso en Israel/Palestina es más desigual que en cualquier otro país del mundo. Un Estado que busca la justicia debe desarrollar una política económica creativa y redistributiva a largo plazo para garantizar que todos los ciudadanos tengan las mismas oportunidades de acceder a la educación, al empleo productivo, a la seguridad económica y a un nivel de vida digno.
(8) Compromiso con los derechos humanos, la justicia y la paz. El Estado respetará el derecho internacional y buscará la solución pacífica de los conflictos mediante la negociación y la seguridad colectiva, de conformidad con la Carta de las Naciones Unidas. El estado firmará y ratificará todos los tratados internacionales de derechos humanos y su pueblo rechazará el racismo y promoverá los derechos sociales, culturales y políticos establecidos en los pactos pertinentes de las Naciones Unidas.
(9) Nuestro papel en la región. La ODSC se unirá a todas las fuerzas progresistas del mundo árabe que luchan por la democracia, la justicia social y sociedades igualitarias libres de tiranía y dominación extranjera. El Estado buscará la democracia y la libertad en un Oriente Medio que respete a sus numerosas comunidades, religiones, tradiciones e ideologías, pero que se esfuerce por lograr la igualdad, la libertad de pensamiento y la innovación. El logro de una solución política justa en Palestina, seguida de un proceso completo de descolonización, contribuirá de manera apreciable a esos esfuerzos.
(10) Responsabilidad internacional. A nivel mundial, la ODSC se considera parte de las fuerzas progresistas que luchan por un orden mundial alternativo que sea justo, igualitario y libre de cualquier opresión, racismo, imperialismo y colonialismo.
El programa de la ODSC defiende una democracia multicultural que sea completamente democrática pero que reconozca y proteja los derechos colectivos de todos los pueblos que viven en el país. Como democracia constitucional, el nuevo Estado establece una ciudadanía común, un único parlamento y la plena igualdad de derechos civiles para todos los ciudadanos del país. La autoridad para gobernar y hacer leyes emanaría exclusivamente del consentimiento de los gobernados.
La descolonización requiere, por supuesto, el derecho de los refugiados palestinos y sus descendientes a regresar a su patria. También implica el desmantelamiento de todas las estructuras de dominación y represión. Ningún grupo o colectividad puede tener privilegios especiales (salvo la acción afirmativa destinada a ayudar a la población palestina, así como a los judíos mizrajíes y otras comunidades desfavorecidas a alcanzar la paridad), ni ningún grupo, partido o colectividad tendrá la capacidad de ejercer ningún control o dominación sobre otros. Otras formas de gobernar la vida personal, como las leyes y costumbres religiosas, serán respetadas dentro de sus entornos comunitarios.
Sin embargo, la descolonización debe ir acompañada de un proceso positivo de avance hacia el poscolonialismo. Habiendo asegurado la integridad de las identidades y asociaciones colectivas, la idea de la ODSC es ofrecer una nueva identidad civil, una sociedad y unas instituciones compartidas. La siguiente ilustración muestra este país poscolonial.

Hacia una estrategia de descolonización
Los análisis, los planes e incluso la organización son partes necesarias de cualquier lucha, pero para que cualquier campaña tenga éxito, hay que desarrollar una estrategia concreta y efectiva, de la cual el activismo es una parte crucial. Las partes interesadas, en este caso los palestinos con el apoyo de sus aliados judíos israelíes, deben movilizar a sus partidarios en el extranjero y proporcionarles orientaciones. Sólo un movimiento dirigido por palestinos puede aportar la dirección y el liderazgo necesarios para convertir a los partidarios en defensores eficaces.
Al igual que los blancos en Sudáfrica durante las luchas contra el apartheid, los judíos israelíes nunca serán socios activos en la lucha por la descolonización de Palestina. Como colonos, se están beneficiando de la situación que han creado y no tienen ninguna motivación para cambiarla fundamentalmente y, desde luego, para apoyar la descolonización, lo que consideran, como todos los colonos, una forma de suicidio. A lo más que podemos aspirar estratégicamente es a “ablandarlos” mediante un plan inclusivo de descolonización hasta el punto de que, como en Sudáfrica, no se resistan activamente a la transición al poscolonialismo que, al final, tendrá que imponérseles. Siguiendo el ejemplo del ANC, esto significa forjar una alianza de la sociedad civil palestina/internacional, en la cual los aliados judíos israelíes también jugarán un papel clave. El objetivo final de una alianza de este tipo es generar un amplio apoyo a nivel internacional — entre los sindicatos, iglesias, intelectuales, académicos y estudiantes, la comunidad activista y el público en general — que facilite y eventualmente cambie las políticas gubernamentales para que apoyen un único Estado democrático.
Ha llegado el momento de la descolonización de Palestina y de un nuevo Estado poscolonial e incluyente.
Jeff Halper es el presidente del Comité Israelí Contra la Demolición de Viviendas (ICAHD) y miembro de la Campaña por un Estado Democrático Único (ODSC). Su último libro es War Against the People: Israel, the Palestinians and Global Pacification (Pluto, Londres, 2015). Puede ser contactado en jeffhalper@gmail.com.
Publicado originalmente en CounterPunch
Traducción: Javier Villate (@bouleusis)
Fuente: Diferencias.