Israel: ¿Quién le teme al pasado? Por Berenice Bento.

Estándar

Por Berenice Bento.

La prensa repite: «¡Nada justifica la matanza de civiles!» para referirse a los ataques de Hamás de los últimos días. Estoy de acuerdo. Pero ¿por qué Israel nunca ha sido condenado y desenmascarado en una masacre mediática por sus crímenes contra civiles palestinos? La cobertura sionista tiene una estructura que se repite: cortes quirúrgicos a los hechos de los últimos días. Se niegan a hacer cualquier reflexión basada en marcos históricos más amplios. El objetivo es claro: aislar los hechos de un contexto histórico previo que los determina. Y al hacerlo, se abre el camino a la patologización (¡locos!) y criminalización (¡una pandilla de criminales!) de los palestinos. En otras palabras, al absolutizar el caso, se preserva la estructura política, en este caso el colonialismo israelí.

Aun así, no se puede eludir el hecho de que el 70% de la población de los dos millones trescientos mil habitantes de Gaza, la mayor cárcel del mundo, son refugiados. ¿Qué significa esto? El Estado de Israel los obligó a abandonar sus hogares, los expulsó y los entregó a colonos sionistas. Intentemos unir los puntos, intentemos contar una historia. Sólo hay millones de refugiados palestinos porque existe una política continuada de colonización y genocidio por parte del Estado de Israel. La historia no empezó el 7 de octubre de 2023. Han sido 75 años deambulando. La ONU ya ha determinado el derecho al retorno de los palestinos a quienes Israel robó sus hogares en 1948. Esta y tantas otras resoluciones de la ONU son letra muerta para un Estado que trata al pueblo palestino como a cucarachas, como a basura.Matar civiles es un acto terrorista, eso es lo que hemos aprendido esta semana. Si Israel lleva 75 años matando a civiles palestinos, no tenemos más remedio que llegar a una conclusión lógica: Israel es un Estado terrorista. Ahora mismo está cometiendo un crimen de guerra según el derecho internacional al castigar colectivamente a la población de Gaza. Para el Estado de Israel, sin embargo, «palestinos» y «civiles» son términos que no se mezclan, son como el agua y el aceite. Los israelíes son civiles, tienen vidas que merecen vivir, los palestinos… bueno, como dijo Ayelet Shaked, exministra de Justicia israelí, son «pequeñas serpientes», para referirse a los niños palestinos.

No me cabe duda: si alguien vive un día, solo un día, como palestino, ya sea en Gaza o en Cisjordania, se hará la misma pregunta que me atormentó aquel invierno de 2017: ¿cómo aguanta esta gente? Eran las 5 de la mañana y la cola para cruzar el control militar israelí era enorme. Hay casi 800 kilómetros de muro de hormigón de 8 metros de altura. Trabajadores hacinados en corrales metálicos para ser sometidos a otro ritual humillante; al otro lado, el desprecio en las caras de los soldados. Un señor, ante mi desconcierto y mi llanto indignado, me preguntó: «Dígale al mundo lo que está viendo».

Es imposible entender el estallido de furia palestina del pasado fin de semana sin contextualizarlo en marcos más amplios. En las revueltas de los esclavos aquí en Brasil, era común que el amo, su familia y el capataz fueran asesinados. Los diarios de los amos de esclavos de la época, anticipándose al ministro de Defensa de Israel, Yoav Gallant, decían: «Estamos luchando contra animales y actuamos en consecuencia». En la misma entrevista en la que diagnosticó la «no humanidad» del pueblo palestino, el ministro Gallant ordenó el «asedio total» de la Franja de Gaza: un castigo colectivo. El mantra sionista de que Palestina es una tierra sin pueblo se ha convertido en una estrategia política. Así ha sido desde 1948: expulsar, matar, torturar, confiscar vidas y propiedades palestinas. El único derecho que tienen los oprimidos es no tener derecho. Pero la furia llega. ¿Acaso los opresores no han aprendido nada de sus crímenes y fracasos?

Las condiciones objetivas para la producción de furia están siendo creadas diariamente por Israel. Y como una represa que está llena de grietas por dentro pero no se ve por fuera, se rompió. Y con ella, vemos emerger a todos los amos y amas de esclavos. Sólo el amo tiene derecho a la vida. ¿Y los animales palestinos? Muerte total. El proceso de deshumanización del pueblo palestino repite la misma estructura responsable de mantener a los seres humanos en la esclavitud: no son personas, son animales, son terroristas. Y por eso la prensa no habla, no televisa, no entrevista a las madres palestinas que pierden a sus hijos a manos del terror israelí: no son seres humanos. No me cabe duda de que si las madres brasileñas (sobre todo las que pierden a sus hijos por el terror del Estado brasileño) pudieran mirar a los ojos a las madres palestinas, dirían «yo también soy palestina».

¿Acaso no comprenden el significado de la rabia del oprimido? ¿Cuántas intifadas harán falta para que el mundo occidental e Israel se den cuenta de que el pueblo palestino no se rendirá, de que el pulso sigue latiendo? Cuando un palestino dice: «No puedo más», no es una voz aislada. Son generaciones hablando, son ecos que llegan al presente, es el pasado convirtiéndose en «ahora». Así que no nos pidan que hagamos lo imposible. Nosotros, los partidarios de la lucha palestina por el derecho de los refugiados a regresar a sus tierras y a la autodeterminación, seguiremos contando la historia de la ocupación militar más larga de la historia moderna, seguiremos haciendo que el pasado hable en el presente.

Me niego a debatir sobre Hamás sin marcos históricos más amplios. Me niego a hacer un corte histórico que señale a Netanyahu como el principio del mal absoluto. La solución parece sencilla: basta con elegir a un israelí de izquierda y la situación del pueblo palestino quedaría resuelta. El gobierno actual no es la antítesis de los anteriores. No existiría sin el Plan Dalet, sin Levi Eshkol Shkolnik, sin Golda Meir. Las colonias ilegales no son una invención de Benjamin «Bibi» Netanyahu. Nada en él es original. Todo es una copia y una mímesis.

Ilan Pappé, historiador israelí, concluyó: «Tras el inicio de la Operación Plomo Fundido en 2009, opté por llamar a la política israelí ‘genocidio gradual». El respetado periodista israelí Gideon Levy, de Haaretz, declaró el 8 de octubre de 2023: «Pensábamos que se nos permitía hacer cualquier cosa, que nunca pagaríamos un precio ni seríamos castigados. Detuvimos, matamos, maltratamos, robamos, protegimos a colonos masacradores, disparamos a inocentes, les sacamos los ojos y les destrozamos la cara, los deportamos, confiscamos sus casas, sus tierras, los saqueamos, los secuestramos en sus camas y llevamos a cabo una limpieza étnica…».

La furia de estos últimos días ha sido alimentada por los baños de sangre de las masacres de Tantura, Deir Yassin, Dawayima, Sabra y Chatila, por los gritos de los 800.000 palestinos expulsados de sus hogares, por la presencia de las almas de los que perdieron la vida en las 31 masacres que tuvieron lugar en 1948, de los habitantes de los 511 pueblos destruidos para construir casas para los colonos sionistas. La furia tiene la sangre que brotó de la cabeza de la periodista Shireen Abu Akleh, de la muerte de 230 civiles palestinos este año, de la muerte de 2.410 civiles en 2014 en Gaza. El mundo occidental ya ha perdonado a Israel. Pero, ¿no son imperdonables los crímenes contra civiles? La furia, en contra de lo que quieren los sionistas, no es algo inhumano. Es lo ininteligible en la gramática del colonialismo. Furia es lo que sentí en aquel puesto de control de Qalandia y tuve el inmenso impulso de gritar, con el puño en alto: «Free Palestina!». Al final no grité, tenía miedo. Pero sigo contando lo que vi. Yo vi el terror ante mis ojos.

Berenice Bento es socióloga e investigadora.

Fuente: Portal Desacato.

 

La opinión del autor no necesariamente representa la opinión de Los Otros Judíos y es de entera responsabilidad de su autor.

Los comentarios están cerrados.