Texto y fotos por Los Otros Judíos, desde Palestina.
Despertador para las 6:45, no vaya a ser que me quede dormida por primera vez en mi vida. Abro los ojos y son las cuatro. A pesar del cansancio de tantos partidos de Mundial a la una de la mañana, el olor a vaca del kibutz lo invade todo, al punto de no dejarme dormir. Veo si hay alguna novedad en internet y respiro hondo. Vuelvo a abrir los ojos a las seis y el sol ya entra por las rendijas. Repaso mentalmente todo lo que tengo que llevar y cuando me doy cuenta ya estamos en el auto camino a la estación del tren Akko-Akka.
Desde que llegué me choca la “normalidad” que se ve desde cuando uno llega al aeropuerto hasta el norte en la frontera con El Líbano. Solo “pequeños” detalles de seguridad: hay detectores de metales en las entradas de centros de compras o estaciones de tren y autobuses.
Visitamos la ciudad palestina de Acre, uno de los asentamientos poblados más antiguos del mundo. Hoy en día forma parte de la Palestina histórica y fue tomada por los sionistas en 1948, por lo cual es administrada por Israel. La mayoría de los palestinos fueron expulsados de la ciudad. Actualmente solo el 25% de la población es nativa, o sea, palestina. Durante el paseo no fue posible ver ni un soldado israelí, sí muchos turistas paseando, de todos los orígenes posibles. Busqué con especial atención alguna señal de que hubiera una vigilancia especial. Una aparente normalidad lo invadía todo.
Hasta que se me ocurrió ver televisión. Si no fuera por el idioma, se podría pensar que era un canal pasteurizado de cualquier parte del mundo: un modelo (anti) periodístico en el que se habla del Mundial de Brasil y del evento que ocupa todo lo que sucede en Israel: tres adolescentes religiosos de las colonias (las colonias son ilegales por definición), desaparecidos, o secuestrados según la prensa sionista, aunque todavía ninguna organización se atribuyó el hecho. Pero el primer ministro Netanyahu, sin investigación, ya sabe que fue Hamas, porque fue lo que el servicio secreto le informó, según sus propias palabras.

Tres adolescentes entregan plegarias y la gente se para a rezar por los tres colonos desaparecidos delante del cartel.
A todo momento aparecen en la televisión las madres de los jóvenes, sonrientes; son parte del espectáculo. Una, hasta bromea y dice que confía en Dios y es optimista. Nada de lágrimas ni lamentos. Solo les falta darle gracias al todopoderoso por estar pasando por esta situación.
La campaña para traer de vuelta a los muchachos, que estaban haciendo dedo muy cerca del pueblo donde me encuentro (Beit Ummar) y viven en los Territorios Ocupados, se transformó en el mayor castigo colectivo a Cisjordania en los últimos 10 años, con redadas en toda el área de Hebrón, de día y de noche, heridos, muertos y más de 200 palestinos secuestrados (además de los más de 5200 que se encuentran en las cárceles israelíes, algunos sin acusación de ningún tipo – detenciones administrativas). Casualmente, este hecho sucede después de que la Autoridad Palestina, que gobierna Cisjordania, y Hamas, que controla la Gaza estrangulada por un bloqueo (Nuestra América, ¿les suena la palabra bloqueo?), anunciaran un gobierno de unidad. Cuando hasta el perrito faldero de Estados Unidos empieza a pedir que el gobierno israelí pare la construcción de colonias judías en Cisjordania y la Unión Europea comienza a tomar medidas contra los productos de estas colonias, Netanyahu se las da de gran estadista y ofrece conferencias de prensa a toda hora prometiendo traer de regreso a los jóvenes y, por supuesto, debilitar a Hamas.
Escribo sin parar en el tren que me lleva a Tel Aviv, mientras empiezo a ver “por fin” cada vez más soldados verde oliva. Son jóvenes que podrían ser como cualquier otro, pero que cumplen con un servicio militar de tres años los varones y dos, las mujeres, en una sociedad completamente alienada y ajena a la cuestión palestina. Los hombres llevan la ametralladora como si fuera la prolongación de su cuerpo. Es esa misma arma la que apunta y mata personas inocentes, no importa si son ancianos o niños.
El pensamiento viaja a la velocidad del tren, salta de la anormal normalidad israelí a la realidad de la Ocupación, que conozco tan bien, o eso creo. Perdida en mi mundo, casi me paso de estación y nadie en mi vagón me contesta si esa es la estación Savidor, la mayoría son rusos que no saben inglés y casi nada de hebreo. Salto en el último segundo rumbo al bus que me llevará a Jerusalén Este, y luego a Cisjordania, Palestina Ocupada.
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