“Ustedes tienen que hablar el lenguaje de la paz. No importa lo que hagan sobre el terreno. Usen siempre el discurso de la paz, y no digan nunca lo que realmente van a hacer”
(Lyndon B. Johnson a los dirigentes israelíes).[1] [1]
Una vez más, Estados Unidos e Israel lograron que los desprestigiados dirigentes palestinos se sentaran a una mesa de negociaciones en la que nadie bien informado (incluidos ellos) ha puesto la menor expectativa, para repetir por enésima vez la farsa de un “proceso de paz” diseñado por el mismo “mediador” que otorga 3 mil millones de dólares anuales sólo en ayuda militar a una de las partes, además de su incondicional respaldo diplomático para evitar la rendición de cuentas en Naciones Unidas[2] [2].
Aun los más ingenuos u optimistas reconocen que esta vez las negociaciones se retoman en las peores condiciones posibles para los intereses palestinos: no sólo porque la dominación israelí está más fuerte que nunca (en términos militares y económicos), ni porque el “mediador” designado por Obama es Martin Indyk (un reconocido lobista pro-Israel que tuvo un papel activo en instancias anteriores fracasadas), sino sobre todo porque EEUU ha logrado que las negociaciones se reanuden “sin condiciones” para Israel, es decir, dejando de lado incluso los términos de referencia que guiaron las instancias anteriores: tomar como base la Línea Verde o mal llamada “frontera de 1967”[3] [3] y suspender la imparable construcción de colonias judías en el territorio palestino que se supone tendrá que devolver.
En efecto, la posición israelí, adoptada por la administración Obama y aceptada por la Unión Europea, era que las negociaciones debían reanudarse “sin precondiciones”. Pero esta regla se aplica sólo a una de las partes; a los palestinos se les ha exigido siempre cumplir las condiciones de abandonar la lucha armada y reconocer al Estado de Israel (a pesar de que Israel nunca dejó de emprender acciones militares mientras negociaba, y nunca –hasta hoy- reconoció a la ANP). Israel, en cambio, queda exonerado de suspender la construcción de colonias o aceptar las fronteras del 67 como punto de partida de las negociaciones.
Al grupo de Mahmoud Abbas[4] [4], no obstante, no le quedaba alternativa (excepto la autodisolución, reclamada por muchos sectores del pueblo palestino) que ceder a las presiones: Estados Unidos es hoy el principal donante individual de la ANP (el primero es la Unión Europea). Los dirigentes, sus familias, sus correligionarios, sus funcionarios y su ‘clientela’ dependen vitalmente de los millones de dólares que Estados Unidos está siempre amenazando con cortar si la ANP no se doblega a sus mandatos.
¿Qué hay de nuevo?
Como señalaba estos días un analista, ¿dónde está la novedad? Palestinos e israelíes dialogan todo el tiempo. Desde la firma de los Acuerdos de Oslo hasta hoy no han dejado de dialogar. Oslo garantiza que la dependencia de la ANP hacia Israel sea total y por lo tanto tenga que pedir permiso hasta para reparar un depósito de agua. Y sobre todo la “coordinación de seguridad” a la que los palestinos se comprometieron en Oslo (es decir, a reprimir la resistencia armada) hace que estén en permanente comunicación.
De hecho, palestinos e israelíes no han dejado nunca de negociar; incluso durante los períodos de crisis. Y no sólo la ANP -del partido Fatah– negocia con Israel: también Hamas lo hace (recordemos el intercambio de prisioneros de 2011 para liberar al soldado Gilad Shalit), aun cuando Israel asesine a sus negociadores cuando están a punto de alcanzar un acuerdo (como hizo en noviembre de 2012 con el líder Ahmad Jabari).[5] [5]
Las negociaciones en el marco del llamado “proceso de paz” para alcanzar una supuesta solución al conflicto tienen por lo menos 20 años de historia, si tomamos la fecha de la firma de los primeros acuerdos de Oslo (1993) o 22, si consideramos la Conferencia de Madrid (1991) con la que el proceso se puso en marcha. Lo cierto es que nadie cree en ellas porque no han dado resultado positivo alguno para la causa palestina.
A Israel sí que le han servido: como cortina de humo. Mientras jugaba a negociar la paz, paralelamente afianzaba la ocupación y el control del territorio palestino: en los 20 años del proceso de paz, el número de colonos israelíes asentados ilegalmente en Cisjordania se duplicó; el territorio fue dividido en áreas A, B y C[6] [6], y crecientemente fragmentado y atomizado en verdaderos bantustanes por más de 500 ‘cierres’ de diversas formas: caminos bloqueados, checkpoints, carreteras de uso exclusivo judío, áreas militares cerradas y, sobre todo, el Muro o barrera de separación que Israel empezó a construir en 2002 (con 85% de su ruta dentro del territorio palestino).
El objetivo de este complejo y perverso sistema de medidas era claramente crear “hechos consumados” que hicieran inviable un futuro Estado palestino con Jerusalén Este como su capital. El resultado es que hoy los palestinos tienen un control (relativo) sobre apenas un 12 por ciento de lo que fue su territorio histórico.
Es más: algunos críticos llegan a afirmar que Israel sólo aceptó sentarse a “negociar” a principios de los Noventa después de haberse asegurado que la ocupación y colonización de los territorios iniciada en 1967 era irreversible y hacía ya impracticable la creación de un Estado palestino independiente.
Y sin embargo, durante más de veinte años los dirigentes de Fatah/la ANP se embarcaron en un “proceso de paz” promovido y liderado por Estados Unidos, que fue la gran trampa de normalización de la ocupación, lo que le dio a ésta una fachada de legalidad, encargándole a la flamante ‘autoridad’ palestina hacer el trabajo sucio para el poder ocupante (domesticar la primera Intifada) y poner en funcionamiento un remedo de autogobierno, liberando a Israel de toda responsabilidad por el bienestar de la población ocupada (en materia de salud, educación, vivienda, infraestructura, alimentación, etc.).
Así, a cambio de una mínima y dudosa ‘autonomía’ (que en la práctica tiene menos poder que una autoridad municipal), los políticos liderados por Arafat primero y luego por Abbas postergaron para una etapa posterior de las negociaciones los “asuntos que requieren un acuerdo definitivo”, y que en realidad son los fundamentales y más conflictivos: el estatuto de Jerusalén Este (y los derechos elementales de su población palestina)[7] [7], el derecho al retorno de los cinco millones de refugiados/as, y las colonias israelíes en territorio palestino.
¿A quién le sirven las negociaciones?
El antecedente inmediato de la ronda que está a punto de comenzar fue septiembre de 2010, cuando las partes retomaron el errático proceso de negociaciones. Pero éste se rompió enseguida porque los palestinos se retiraron ante la negativa israelí de prolongar una moratoria (que había durado apenas unos meses) a la construcción y expansión de colonias en Cisjordania. De hecho la cifra se disparó al levantarse la moratoria, y desde entonces asistimos a un récord de construcción de nuevas viviendas para colonos judíos en el territorio ocupado[8] [8]. Sin ir más lejos, en el último trimestre –y mientras John Kerry iba y venía en sus gestiones- el gobierno israelí aprobó la construcción de 5 mil nuevas viviendas judías en el territorio palestino, comenzó a construir mil de ellas y continuó la construcción de un tren que conectará las colonias con Israel.
Razones para el escepticismo le sobran, pues, a las y los palestinos. No se necesita mucha imaginación para entender que nadie invertiría sumas multimillonarias en levantar en territorio ajeno ciudades enteras, con su correspondiente infraestructura, viviendas y servicios de primer mundo, si estuviera realmente dispuesto a devolverlo algún día.
Y es que cualquiera que siga de cerca la retórica doméstica de los políticos israelíes –mucho más explícita de lo que la gente en Occidente cree- sabe perfectamente, sin necesidad de especular ni usar la imaginación, que el proyecto sionista (con diferencias sólo de matiz entre los partidos de turno en el gobierno) no tuvo, no tiene ni tendrá nunca la menor intención de devolver a los palestinos su territorio.[9] [9] Mucho menos el actual gobierno de ultra-derecha, controlado por los colonos, algunos de cuyos ministros (como el de Economía Neptali Bennett) llaman abiertamente a la anexión de toda Cisjordania y la expulsión de “los árabes”.
Israel es el último interesado en que las negociaciones algún día arriben a una solución. No le interesa el resultado (porque sabe que el único afín a sus intereses es inaceptable para la comunidad internacional: quedarse con el 100% del territorio), sino hacer durar el proceso lo más posible para entretanto seguir creando “hechos consumados”[10] [10], y de paso presentar ante el mundo una imagen de voluntad negociadora que no es tal. Por eso siempre que los palestinos estuvieron dispuestos a ceder algo más a las demandas israelíes, éstos subieron la apuesta y plantearon nuevas exigencias[11] [11] (asegurándose, además, que los medios internacionales mostraran la imagen invertida: Israel siempre condescendiente haciendo “generosas ofertas” y los palestinos eternamente intransigentes).[12] [12]
Por si quedaran dudas, el parlamento israelí está en proceso de aprobar una ley que obligaría al Ejecutivo a someter a referéndum cualquier posible acuerdo de devolución de territorio. El resultado de dicha consulta (que por supuesto no tendría en cuenta la opinión palestina) es fácilmente previsible: las encuestas de opinión pública han revelado recientemente que la mayoría de los judíos israelíes, aunque dicen apoyar una solución de “dos estados” (entendido como total separación de los palestinos), en realidad se oponen a ceder en ninguno de los aspectos fundamentales: fronteras anteriores a 1967, evacuación de las colonias, división de Jerusalén y derecho al retorno de los refugiados palestinos.[13] [13]
¿Qué busca eludir Israel?
En los últimos años, la lucha palestina comenzó a desarrollar dos estrategias paralelas: por un lado, la ANP -ante el fracaso reiterado de las negociaciones- optó por recurrir a la ONU para lograr allí lo que no ha podido obtener sentándose a la mesa con los israelíes. El primer resultado –modesto pero significativo, aunque sólo simbólico- fue la aceptación de Palestina como “Estado observador” en la Asamblea General de la ONU (29/11/12). Por otro lado, en 2005 la sociedad civil palestina lanzó una campaña global –inspirada en la lucha contra el apartheid sudafricano- llamando al boicot, el retiro de inversiones y las sanciones contra Israel (el Movimiento BDS) para obligarlo a respetar las resoluciones de la ONU y el derecho internacional.
Ambas estrategias tienen en común haber sido exitosas y plantearse como alternativas al proceso de paz, distanciándose del paradigma de Oslo. Y es que, a pesar de la inoperancia de la ONU, Israel teme los avances diplomáticos que Palestina ha logrado en ese ámbito (por ejemplo, la membresía en la UNESCO). Israel y Estados Unidos siempre han denunciado que esos logros “dañan el proceso de paz”. En este plano, la mayor amenaza de la ANP –reiterada pero incumplida- fue la de recurrir a la Corte Penal Internacional y a la Corte Internacional de Justicia para demandar a Israel por crímenes de guerra y otras violaciones. Obviamente Israel prefiere que el ‘conflicto’ con los palestinos se dirima en un ámbito controlado por su protector y principal aliado (Estados Unidos), que en el sistema multilateral. La misma Tzipi Livni, principal negociadora israelí en esta etapa, lo dijo claramente en 2011: “El reinicio de las negociaciones detendrá la bola de nieve que está rodando hacia nosotros en Naciones Unidas, y en general”. Como era previsible, la ANP aceptó abandonar cualquier iniciativa ante la ONU mientras duren las negociaciones.
Del mismo modo, el 4 de junio, uno de los más prestigiosos analistas internacionales del New York Times, Thomas Friedman, escribió que “el movimiento BDS está creando una poderosa ola de opinión internacional -especialmente en Europa y en los campus universitarios- que ve a Israel como un Estado paria por su ocupación de Cisjordania.“ La principal razón por la que ese país debe poner fin a la ocupación, según Friedman, es “para revertir la tendencia a la deslegitimación internacional que se cierne sobre Israel.” [14] [14]
Si bien cada día el movimiento BDS obtiene victorias significativas en el plano económico, cultural y académico, un salto cualitativo fue la decisión del físico Stephen Hawking en mayo de no asistir a la conferencia convocada en Jerusalén por el presidente Shimon Peres. Más recientemente, la Unión Europea –que hasta ahora no había pasado de una retórica condenatoria a la colonización y de la amenaza de etiquetar los productos de las colonias ilegales (sin dejar de comercializarlos)- emitió directivas estableciendo que las líneas de financiación y fondos de cooperación de la UE a Israel no se aplicarán a empresas, instituciones educativas, ONGs u órganos de gobierno ubicados en el territorio palestino ocupado (es decir, al este de laLínea Verde).[15] [15] Y como dijo un columnista israelí, el reinicio de las negociaciones “es preferible a la actual campaña de incitación contra Israel que se está llevando a cabo en los supermercados de toda Europa”.[16] [16]
El fantasma del apartheid
Finalmente, como señalan varios analistas[17] [17], el “proceso de paz” también puede salvar a Israel del mayor peligro de todos: la democratización. Dicho proceso está asociado al paradigma de los dos estados separados, pensado para mantener la etnocracia del estado judío y evitar la amenaza demográfica que constituye el crecimiento de la población árabe (a ambos lados de la Línea Verde), o la amenaza política de traducir esa realidad en un estado bi-nacional (es decir, no judío).
La misma Tzipi Livni dijo en junio que “la única manera de preservar a Israel –como un estado judío- es a través del proceso político“. Es la misma razón por la que más de 120 importantes figuras judías estadounidenses escribieron recientemente a Netanyahu urgiéndole a buscar una solución negociada de dos estados con el fin de neutralizar -en palabras del propio primer ministro israelí- la amenaza de “un estado bi-nacional“.[18] [18]
La realidad innegable es que hoy Israel gobierna a dos grupos de poblaciones en un único territorio (desde el Mediterráneo hasta el Jordán), sometiendo a cada una de ellas a regímenes legales diferentes. No hablamos de uno y otro lado de la Línea Verde: dentro mismo de Cisjordania ocupada, la población judía que habita las colonias (y que goza de derechos y un nivel de vida radicalmente superiores) se rige por las leyes civiles de Israel, mientras que la población palestina es gobernada por el ejército y la legislación militar. Del mismo modo, al oeste de la Línea Verde, Israel es una ‘democracia’ sólo para la población judía, pues existen más de 50 leyes que discriminan a la población árabe[19] [19].
Ese es el gran dilema que enfrenta hoy el proyecto sionista que fundó a Israel como un estado judío (es decir, etnocrático o teocrático, según como queramos entenderlo), en la medida que no ha podido en 65 años deshacerse de la población árabe nativa: o la integra en igualdad de derechos, poniendo fin al carácter judío del Estado, o continúa sometiéndola a un régimen de dominación y discriminación intolerables en el siglo XXI.
No hay otro nombre para definir un régimen de esta naturaleza que el de apartheid[20] [20]. Nadie más calificado para decirlo que el pueblo sudafricano, que no por casualidad es el país donde el BDS es más fuerte (adoptado por iglesias, sindicatos, universidades y hasta el propio partido de gobierno). Y si miramos la historia contemporánea, sabemos que un régimen racista, de apartheid o de colonialismo de asentamientos (como es el sionismo) no se supera con negociaciones de paz que no vayan acompañadas de fuertes medidas de aislamiento, sanciones y presión internacionales hacia la parte más poderosa o dominante[21] [21]. Esa es la verdadera “amenaza existencial” que enfrenta Israel.
Y como también enseña la historia, la caída de un régimen así es cuestión de tiempo. Israel lo sabe (igual que Estados Unidos), y por eso embarcarse en una nueva ronda del ficticio “proceso de paz” no es más que otra forma de hacer tiempo. Esta vez Estados Unidos ha dado nueve meses para alcanzar un acuerdo. ¿Quién da más?
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