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El eterno dilema del sionismo progresista

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 Por Ran Greenstein.

972mag   

Durante más de un siglo, los sionistas progresistas han intentado conciliar el humanismo universal con el nacionalismo sionista. Una revisión de dos pensadores prominentes que fracasaron.

1.- El eterno dilema del sionismo progresista

Una y otra vez ha surgido en los últimos meses la perspectiva de la muerte inminente del sionismo progresista, desde la inocua apología de Ari Shavit a las discusiones más sofisticadas de Jonathan Freedland en el New York Review of Books y Roger Cohen en el New York Times, culminando con el enfoque muy crítico de Antony Lerman , también en el Times .

Mientras que la guerra en Gaza cumplió un papel de sacudida, no es de ninguna manera un fenómeno nuevo. De hecho, ha sido una característica de los debates en el movimiento sionista desde su creación, lo que obligó a partidarios progresistas a elegir, en los momentos de crisis, entre sus valores universales y lealtades a las políticas étnicas. Históricamente, dejar caer el componente progresista ha sido la respuesta más común a tal dilema, con sólo unos pocos disidentes que optan por abandonar el sionismo.

Los argumentos principales utilizados en este tipo de debates poco han cambiado en los últimos años. Sería instructivo mirar un solo movimiento, como ejemplo del sionismo progresista en su tiempo. Brit Shalom, que funcionó entre 1925 y 1933 y fue conocido por su defensa del binacionalismo, experimentó tensiones entre sus amplios principios progresistas y las estrechas demandas del proyecto sionista. Estas se recapitularon en particular en la obra de su fundador, Arthur Ruppin, conocido como «el padre de los asentamientos judíos». Se debatía entre sus aliados sionistas laboristas, que conceptualizaron a Brit Shalom como «delirante» y sus colegas radicales que pedían un gobierno representativo en Palestina, en línea con los valores democráticos universales pero en contra de los deseos de la dirección sionista.

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Arthur Ruppin

 

Las preocupaciones de Ruppin, expresadas en sus diarios de finales de 1920 y principios de 1930, derivaban de los intereses contradictorios de los árabes y los judíos. Era imposible conciliar «la libre inmigración y el desarrollo libre económico y cultural para los judíos» -las condiciones esenciales para el sionismo– con los intereses de los residentes árabes de Palestina: «en cualquier lugar donde compramos tierra y la gente se asienta en ella, necesariamente requiere que los actuales agricultores queden excluidos del lugar, ya sean propietarios o inquilinos». Más aún, el principio del trabajo hebreo era «en concordancia con nuestros intereses nacionales», que «priva a los habitantes árabes de los salarios que solían percibir». Por lo tanto, se hizo imposible «convencer racionalmente a los árabes de que nuestros intereses son compatibles». Dada la situación, los árabes, como una mayoría en el país «se aprovecharía de los derechos que les reconoce la Constitución para impedir cualquier avance económico de la minoría judía», por lo tanto «acabarían con el movimiento sionista».

El dilema de Ruppin se intensificó en los momentos de conflicto agudo, a continuación de los disturbios de 1929. Violentos enfrentamientos entre visiones nacionalistas excluyentes lo llevaron a distanciarse de Brit Shalom y su binacionalismo. Su conclusión fue sombría: «hay que reconocer que en toda nuestra historia de las relaciones con los árabes no hemos hecho un esfuerzo por encontrar una fórmula que satisfaga no sólo a los intereses esenciales de los judíos, sino también a los intereses esenciales de los árabes». Paradójicamente, esto significaba: «Lo que podemos conseguir (de los árabes)- nosotros no necesitamos, y lo que necesitamos – no podemos conseguirlo. A lo sumo, lo que los árabes están dispuestos a darnos son los derechos de una minoría nacional judía en un Estado árabe, similar a los derechos de las [minorías] nacionales de Europa del Este».

El problema de eso, continuó, era que no se podían garantizar los derechos de las minorías:

“El destino de la minoría judía en Palestina dependerá para siempre de la buena voluntad de la mayoría árabe que sustenta el poder. Tal acuerdo definitivamente no va a satisfacer a los judíos de Europa del Este que son la mayoría de los sionistas; por el contrario, esto disminuiría su entusiasmo por el sionismo y por Palestina. Un sionismo dispuesto a llegar a un acuerdo de este tipo con los árabes [quedando los judíos en minoría permanente en el país] perderá el apoyo de los judíos de Europa del Este y pronto se convertiría en sionismo sin sionistas.

¿Qué se podría hacer entonces? En opinión de Ruppin, utilizando un lenguaje que se hace eco de todo el camino hasta el presente:

En la actualidad ninguna negociación con los árabe permitirá avances, ya que los árabes todavía esperan ser capaces de deshacerse de nosotros… no es negociación, pero el desarrollo de Palestina para aumentar nuestro cupo de población, y para fortalecer nuestro poder económico, podría conducir a la reducción de las tensiones. Llegado el momento y cuando los árabes se den cuenta de que no están en condiciones de concedernos lo que necesitamos, deberán reconocer la realidad tal como es, el peso de los hechos sobre el terreno dará lugar a la reducción de las tensiones… Puede ser una verdad amarga, pero es la verdad.

Las palabras de Ruppin de 1936 ilustran la lógica de imponer «hechos sobre el terreno» y la construcción de un «Muro de hierro» (en palabras infames de Jabotinsky) para disuadir a la oposición árabe, una lógica que continúa dando forma a la política de Israel en la actualidad. Pero, es importante tener en cuenta que no todos los activistas progresistas se movieron en la misma dirección. Un ejemplo contrario es el de Hans Kohn, quien rompió con el movimiento sionista y eventualmente dejó Brit Shalom tras el levantamiento de 1929.

Kohn identificaba el sionismo como un «movimiento moral y espiritual» compatible con su posición pacifista y antiimperialista. Se le hizo cada vez más difícil mantener este enfoque junto a la línea sionista oficial. Los árabes llevaron a cabo los levantamientos de 1929, según contó en su correspondencia privada, que «perpetraron todos los actos de barbarie característicos de una revuelta colonial». Pero fueron motivados por una causa profunda:

 “Hemos estado en Palestina durante 12 años [desde la Declaración de Balfour de 1917] sin hacer siquiera una vez un intento serio de la búsqueda del consentimiento a través de negociaciones con los pueblos originarios. Hemos confiado exclusivamente en la fuerza militar de Gran Bretaña. Nos hemos fijado metas que, por su propia naturaleza, tenían que llevar a un conflicto con los árabes. Deberíamos haber reconocido que estos objetivos serían la causa, la causa justa, de un levantamiento nacional contra nosotros.

Esta actitud significó que: «durante 12 años hemos fingido que los árabes no existían y nos alegrábamos cuando no recordábamos su existencia. Sin el consentimiento de los árabes locales, la existencia judía en Palestina podría llegar a ser posible sólo «en primer lugar con la ayuda británica y después con la ayuda de nuestras bayonetas… Pero para ese momento no vamos a ser capaces de ser sin las bayonetas. Los medios han determinado los objetivos. La Palestina judía ya no tendrá nada del Sión al que me uní».

La principal preocupación de Kohn fue el desarrollo del sionismo en «el ala militante-reaccionaria del judaísmo». Kohn sentía que sus colegas no estaban dispuestos a dar un decisivo paso congruente con sus valores que los llevarían lejos de las prácticas sionistas, como la «inconmensurable barbarie» de desalojar a los inquilinos de sus tierras, dirigido por gente como Ruppin. En su lugar, Brit Shalom había formulado propuestas de paz nobles desconectadas de la realidad concreta y omitía los verdaderos problemas. Esto «envuelto en sí mismo en una nube de ingenuidad» sin impacto público. Bajo estas circunstancias, Kohn no vio ninguna razón para continuar su pertenencia al movimiento.

Ruppin y Kohn ofrecen soluciones opuestas al mismo dilema: la dificultad de conciliar el humanismo universal con el nacionalismo sionista. Cuando estalló la crisis, Ruppin eligió el nacionalismo mientras Kohn eligió el universalismo. Otros activistas progresistas seguían creyendo que no había contradicción inherente entre los dos conjuntos de principios, pero su impacto disminuyó. A pesar de que formularon una alternativa conceptual sólida orientada a ser incorporada a la corriente principal del sionismo, no pudieron ir más allá de limitados círculos intelectuales judíos y no ganaron apoyo árabe alguno. ¿Por qué? Se pueden sugerir algunas razones:

Antes de 1948, los sionistas progresistas trabajaron en el segmento del pueblo judío menos dispuesto a apoyar la integración. Los judíos felices de convivir con los no judíos como iguales o desinteresados de la soberanía política se quedaron en sus países de origen o se trasladaron a otros destinos que les permitieron larga y próspera vida sin preocuparse de la política y el nacionalismo, como los EE.UU. o Argentina. Por razones prácticas, el enfoque sionista progresista en Palestina fue socavado aún más por la ausencia de una fuerza equivalente en la población árabe. Muchos judíos consideraron que era como ofrecer concesiones unilaterales que no fueron correspondidas y por lo tanto inútiles.

Entonces, ¿por qué no se correspondió? El liderazgo árabe palestino rechazó los compromisos ofrecidos por los sionistas progresistas ya que temía que cualquier concesión a la legitimidad de la presencia política judía en el país socavaría su propia posición de negociación sin poner freno al avance expansivo del proyecto de asentamientos judíos. Esto era una realidad, ya que los progresistas eran una minoría en la comunidad judía. Los posibles acuerdos con ellos no eran vinculantes para las fuerzas dominantes en el movimiento sionista, que continuó con su propia agenda.

Además, no era más mortífero para la iniciativa de los judíos que hacer concesiones que el sentido de la hostilidad árabe continuaría sin disminuir, independientemente de los compromisos políticos. En particular, los ataques armados contra comunidades integradas locales, como ocurrió en 1929 en Hebrón y Safed, reforzaron la solidaridad judía interna, socavó la disidencia, y creó un ambiente militante y militarista que hizo que la perspectiva de diálogos políticos fructíferos fueran cada vez más remotas.

Tal vez y lo más crucial, en retrospectiva, fue que las respuestas de un lado moldearon las respuestas de la otra parte. Los nacionalistas pudieron embarcarse unilateralmente en su propio curso de acción, pero los progresistas no pudieron. Los potenciales socios árabes respondieron no sólo a los que los progresistas sionistas dijeron o hicieron, sino que también – tal vez sobre todo – a lo que las fuerzas principales en el lado judío dijeron e hicieron. Esto reforzó la desventaja estructural de los progresistas: colaboraron las tendencias dominantes en ambos campos nacionalistas, por así decirlo, en la polarización creciente de los partícipes del conflicto. Esto benefició a los que, en cada parte, instaban a la acción unilateral y debilitó a los que abogaban por la consideración mutua.

 2.- Las numerosas negaciones del sionismo progresista

Desde sus orígenes hasta hoy, el sionismo progresista ha sido incapaz de integrar las políticas israelíes de despojo y control militar con la imagen de un Estado democrático. ¿Es sólo una cuestión de semántica o es inherente a la ideología? La segunda parte del análisis de Ran Greenstein.

Como se discutió en la primera parte de este artículo, los sionistas progresistas como Arthur Ruppin y Hans Kohn respondieron de maneras divergentes al reto de conciliar los valores universales amplios con los estrechos objetivos sionistas. Lo que ellos comparten con otros activistas e intelectuales, sin embargo, fue la realización plena de los costos involucrados en sus elecciones. Este no es el caso para la mayoría de los actuales progresistas israelíes, que toman el periodo posterior a 1948 y el Nakba como realidades en el terreno, como el punto de partida para mirar el conflicto palestino-israelí.

Una forma de ver los dilemas que enfrenta el sionismo progresista hoy es a través de la noción de la negación, o la negativa a reconocer el contexto histórico, que continúa dando forma a nuestra escena política. Este contexto refleja procesos a largo plazo y puede ser degradado por las fechas clave con la que se asocian estos procesos. En cada caso se construyó sobre las tendencias existentes para poner en marcha una nueva ronda de la evolución que dio forma al período posterior. Veamos cada uno de ellos y discutimos sus implicaciones.

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Un grupo de israelíes participa en una protesta pidiendo negociaciones de paz entre Israel y Palestina, Tel Aviv, el 16 de agosto de 2014. Miles de manifestantes se reunieron el sábado en una manifestación a favor de la paz bajo el lema «Cambio de dirección: hacia la paz, lejos de la guerra” (Foto: Activestills)

La negación de 1917

Este fue el año de la Declaración Balfour, que aseguró el apoyo británico a la búsqueda del movimiento sionista para establecer «un hogar nacional para el pueblo judío» en Palestina, basado en el entendimiento de que «no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y derechos religiosos de las comunidades no judías existentes» en el país. Se puso en marcha un proceso de inmigración masiva de judíos al país y la reconstrucción de la comunidad judía como una entidad política independiente, en su camino hacia la condición de Estado independiente. También dio lugar a la formación de un movimiento nacional palestino-árabe, que se opuso a la inmigración y la adquisición de tierras por parte de judíos y exigió un gobierno democrático basado en el control de la mayoría. El creciente conflicto entre estas fuerzas mutuamente excluyentes condujo a la guerra de 1947 a 1948, la Nakba y la creación del Estado de Israel.

Los sionistas progresistas niegan que la Declaración Balfour fuera ilegítima desde la perspectiva de los residentes árabes del país, hasta entonces la mayoría indiscutida de la población. Los británicos subordinaron su perspectiva de la independencia a la de un nuevo grupo de inmigrantes y facilitaron la creación de una zona de exclusión social y económica en constante crecimiento, que estaba prohibida para todos los palestinos (como los derechos inherentes de los residentes, empleados y arrendatarios). Su respuesta natural fue de resistencia. Es difícil pensar en un único grupo de indígenas en la historia que reaccionaran de manera diferente a una situación similar. Sin embargo, a la visión sionista progresista le resulta imposible contemplar esta realidad básica, ya que plantearía preguntas acerca de los asentamientos, la colonización y el despojo, y los derechos de los originarios, que no pueden ser respondidas fácilmente dentro de su paradigma.

La negación de 1947

La resolución de las Naciones Unidas de la partición de Palestina en estados, árabe y judío, fue apoyada por el movimiento sionista y la mayoría de los judíos y rechazada por la mayoría de los árabes (en Palestina y en otros lugares). Una de las creencias fundamentales del sionismo progresista es que estas actitudes reflejan la lógica del compromiso, que fue adoptado por el sionismo históricamente, pero fue abandonada después de 1967 y en la actualidad necesita restaurarse. Por el contrario, los árabes adoptaron una posición de rechazo que minó sus posibilidades de obtener la independencia entonces y desde entonces.

¿De qué manera esta forma de ver las cosas en 1947 equivale a una denegación? Vista desde la perspectiva del tiempo, la resolución de partición era desigual. Se concedió un territorio a la comunidad judía que no poseía y se tomó el territorio de la comunidad árabe que poseía. Se esperaba que 10.000 judíos –el 1,6% del total de los judíos- vivieran como una minoría en la zona asignada al Estado árabe mientras que en la parte judía habitaban 400.000 árabes, o sea el 33% del total de la población. A los judíos se les asignó el 56% del territorio mientras a los árabes, dos tercios de la población, se les asignó sólo el 44%.

Más allá de los detalles específicos de la resolución, que dio un sello de aprobación a un proceso que había visto a los palestinos perder su dominación demográfica y territorial de forma abrumadora, incapaces de bloquear el rápido crecimiento de la comunidad judía organizada y marginados en su propia patria. Rechazar la partición no condujo a un resultado positivo para ellos, pero no pudieron ponerse de acuerdo rescatar grandes porciones de su país, entregado a un grupo de personas a quienes consideraban como invitados no deseados, la mayoría de los cuales habían estado allí por menos de una generación. Que el principal líder de la comunidad judía en el momento había construido su carrera en la oposición a compartir la tierra, el empleo y la residencia con los árabes locales, no ayuda a construir la confianza en un futuro bajo la dominación judía o al lado de un estado judío en expansión.

 Ruins of Palestinian village depopulated in the Nakba, Lifta, Is

 Un judío ultraortodoxo camina en la aldea palestina despoblada de Lifta, situada a las afueras de Jerusalén Occidental, Israel, el 4 de marzo de 2014. Durante la Nakba, los residentes de Lifta huyeron de los ataques de las milicias sionistas a partir de diciembre de 1947, que tuvo como resultado la evacuación completa de la aldea en febrero de 1948 (Foto: Ryan Rodrick Beiler / Activestills.org)

La Nakba que siguió a la resolución de partición era, en cierto sentido, una profecía autocumplida. La limpieza étnica fue tanto un resultado de las acciones de las fuerzas sionistas que pusieron en marcha los planes para la creación de un territorio judío defendible contiguo, como a las reacciones de los palestinos, a veces anticipatorias, a la violenta expulsión huyendo de las fuerzas militares que avanzaban. El punto crucial es que independientemente de las circunstancias de su salida o su participación en los eventos (como militantes o residentes pacíficos que fueron expulsados de forma pasiva o activamente huyeron de sus hogares), a todos los que se convirtieron en refugiados en 1947/48 se les negó el reingreso en el nuevo Estado de Israel. El resultado fue más que el desplazamiento de gran número de personas, también la destrucción de toda una sociedad.

El paradigma sionista progresista puede digerir estos eventos sólo como el resultado trágico y, en última instancia, de la búsqueda de la autodeterminación nacional judía. Sin embargo, que esa búsqueda haya transformado el conflicto en una lucha por la liberación de un pueblo y sus derechos, por siempre marcado por el imperativo de corregir el «pecado original» de la desposesión, no lo pueden considerar. Más bien, no insistiremos en vivir en el pasado, sigamos adelante con nuestras vidas y esperemos el «síndrome del salmón», usando terrible frase de Ehud Barak, para defenestrarlos.

La negación de 1967

Es sólo con la guerra de 1967 y sus secuelas que el sionismo progresista realmente entró en su propia contradicción. Merece el crédito de haberse opuesto a la ocupación, los asentamientos y la anexión que se vienen dando desde hace décadas. ¿Es justo entonces cargar con la negación? La respuesta es sí y veamos por qué.

La postura progresista contra la ocupación sufre de su negativa de considerar el contexto histórico de 1967, al ver la guerra como una aberración, una fuerza disruptiva que cambió la democracia poco igualitaria de Israel en un Estado opresivo de derechas dominado por los colonos mesiánicos. De este cuadro desaparece la realidad de que antes de 1967 Israel era un Estado opresor que excluía a quienes estaban al margen de la corriente principal: los refugiados palestinos cuya presencia física y política fue negada; los ciudadanos palestinos que estaban presentes físicamente, estaban ausentes de la ciudadanía de pleno derecho; estaban bajo régimen militar y de la expropiación masiva de sus tierras; también desaparecen los judíos orientales que recibieron los derechos políticos pero se los mantuvo social y culturalmente marginados.

 occupationEl ministro de Defensa israelí Moshe Dayan, el jefe del Estado Mayor Yitzhak Rabin, el general Rehavam Zeevi (derecha) y el general Uzi Narkis caminan por la Ciudad Vieja de Jerusalén el 7 de junio de 1967, durante la Guerra de los Seis Días. (Foto por GPO / Ilan Bruner)

Las prácticas de exclusión desarrolladas en el período previo a la guerra de 1967 (en algunos casos los métodos secretos de la adquisición de tierras y el despojo, aún en el período pre-48), se extendieron a los territorios ocupados con algunas modificaciones importantes. La limpieza étnica y la destrucción masiva de aldeas en 1948 no se repitieron en la misma escala en 1967 (aunque unas 300.000 personas huyeron o fueron expulsadas ​​de los territorios recién ocupados a los países vecinos, muchas de ellas ya refugiadas de 1948). A los residentes de los territorios se les permitía trabajar en Israel, pero se les negaron los derechos civiles y políticos. La tierra fue confiscada (y se sigue confiscando) pero a una escala más pequeña que las expropiaciones a los ciudadanos palestinos en la era post-48 de Israel.

El sistema de control resultante es único. Sin embargo, muestra muchas semejanzas familiares a otras prácticas israelíes opresivas que se aplicaron -en diversos grados- a diferentes grupos de palestinos. Es el rechazo del sionismo progresista a ver la continuidad de esas prácticas, así como los vínculos que se forman dentro de la lógica común de la exclusión, lo que constituye la negación. Una lucha contra la ocupación, que la considera una mera disputa territorial, y se niega a considerar sus fundamentos ideológicos e históricos -lo que Meron Benvenisti refiere como el «código genético» de la colonización sionista- está condenada al fracaso.

La negación de 1987

Y sin embargo hubo un período de tiempo en el que el sionismo progresista parecía estar ganando. Con la Primera Intifada de 1987 y los procesos que facilitó y que culminó con los acuerdos de Oslo de 1993, el conocimiento de la ocupación y el apoyo a su terminación se encontraban en su punto más alto. Era sólo una cuestión de tiempo para que se completara el proceso de retirada de Israel, algo en lo que creyeron muchos progresistas y que llegaría la genuina solución de dos Estados.

BTS Soldados israelíes registran a un palestino en un puesto de control del ejército israelí. (Foto: Rompiendo el silencio)

Como aprendimos en los años siguientes, esta expectativa generalizada no se materializó. En lugar de llegar a su fin, la ocupación fue tomando cuerpo directa o indirectamente en el Gobierno, transfiriendo la responsabilidad al bienestar de sus súbditos y excluyendo aún más a los palestinos de toda participación en los derechos y los recursos asociados a la ciudadanía. Mientras Israel afianzaba su control sobre el territorio y los recursos materiales (terrenos agrícolas y residenciales, el agua y así sucesivamente), la Palestina ocupada se enfrentó más que nunca a restricciones más graves a su movimiento, a su organización política y a su capacidad de manejar sus vidas.

Lo que fue presentado hasta entonces como un Gobierno militar temporal por razones de seguridad, se ha endurecido en un modo de gobierno que combina la incorporación permanente de la tierra y los recursos para uso de las autoridades militares y civiles, provisiones exclusivamente para los colonos judíos, con la exclusión permanente de los residentes indígenas como ciudadanos portadores de derechos. En otras palabras, un sistema análogo al apartheid que consagra radicalmente diferentes niveles de acceso a los derechos y recursos basados ​​en distinciones étnicas y religiosas.

Como era de esperar, la respuesta de los sionistas progresistas se ha caracterizado, una vez más, por la negación. En lugar de entender las nuevas realidades y desarrollar estrategias adecuadas que tengan en cuenta los cambios en los modos de gobierno, los patrones de asentamiento y las condiciones demográficas continúan recitandor en vano el mantra de la separación de los judíos y árabes en sus propios estados.

settlementwallUna activista pone una bandera palestina en el muro de separación frente al asentamiento de Modi’in Illit (Foto: Anne Paq / Activestills.org)

El hecho de que el conflicto ya no pueda verse con un mero carácter territorial (si es que alguna vez fue así) no hace ninguna diferencia notable. Todos los cambios se difieren eternamente a un futuro indeterminado, cuando los judíos se conviertan en una minoría (como si el dominio del 51% de la población sobre el otro 49% fuera más legítimo que al revés), cuando Israel tenga que elegir entre su aspecto «democrático» el «judío» (como si gobernar durante medio siglo sobre millones de personas a quienes se niegan los derechos políticos no hubieran decidido el asunto ya), cuando la perspectiva de una solución de dos Estados ya no es viable (como si los 20 años de diplomacia fútil, durante los cuales se consolidó la ocupación no fueran suficientes), cuando la oportunidad de una solución negociada está cerrada (como si fuera que aún está disponible).

¿Cuál es la esencia, entonces, de la negación del sionismo progresista? Es el rechazo a reconocer cualquier cosa que diferencie el conflicto palestino-israelí de los conflictos territoriales «normales»: los orígenes coloniales del asentamiento inicial, el despojo de 1948, la lógica histórica de la exclusión, el carácter permanente de la ocupación «temporal». Mientras nuestros publicitados sionistas progresistas continúen ignorando estos cimientos del conflicto, sus fingidas llamadas angustiadas a un cambio de política en el terreno moral permanecerán poco más que retórica vacía.

Ran Greenstein es profesor asociado en la Universidad de Witwatersrand, Johannesburgo. Su libro Zionism and its Discontents: A Century of Radical Dissent in Israel/Palestine será publicado por Pluto Press, Reino Unido, en octubre de 2014.

Fuente Primera parte: http://972mag.com/the-perennial-dilemma-of-progresista-zionism/97076/  

Segunda parte: http://972mag.com/the-many-denials-of-progresista-zionism/97393/

Traducido del inglés para Rebelión por J. M. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=190818
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Sahar Vardi y Micha Kurz: Resistirse a la complacencia en un país insensibilizado con la ocupación

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Sahar Vardi y M. A. Moreno

Resistirse a la complacencia en un país militarizado e insensibilizado con la ocupación por décadas del territorio que pertenece a otro pueblo. Esa es la decisión que, por caminos muy distintos, han escogido los jóvenes israelíes Sahar Vardi y Micha Kurz, activistas de Jerusalén, que describen la sociedad israelí como “militarizada” y reconocen cierta insensibilidad en sus compatriotas, que viven “en una burbuja” y toman el conflicto palestino-israelí más como un aspecto teórico que como algo “personal”.

“La sociedad israelí ha sido capaz de ‘despolitizarse’ a sí misma –explica la activista respecto a la ocupación de territorios palestinos-. La gente puede estar de acuerdo o no, apoyarte o rebatirte, pero nunca es un gran problema, no tiene mucha trascendencia. No sentimos el conflicto como propio, en el lado israelí”, agrega Sahar Vardi, activista de 24 años que estuvo encarcelada durante tres meses por haber objetado de hacer el servicio militar, obligatorio para los jóvenes que cumplen 18 años en el país hebreo.

Esa falta de preocupación por el conflicto en general y por las penalidades de la población palestina, que depende para ir al colegio, al trabajo o al hospital de los soldados israelíes que vigilan los puntos de control fronterizos o checkpoints, es una percepción compartida por el exsoldado israelí Micha Kurz, ahora activista pro palestino en la organización Grassroots Al-Quds (Jerusalén de base, por el nombre árabe de la ciudad), un grupo de activismo de base que se dedica a fortalecer los lazos entre los distintos barrios de población palestina en la ciudad.

“Cuando terminé el servicio militar creo que hubo dos cosas verdaderamente cruciales que yo quería que mi familia entendiera. Teníamos discusiones políticas, hablábamos de lo que pasaba, pero lo que era obvio para mí era que mi madre no tenía las claves para saber realmente lo qué estaba pasando realmente en Ramala, que está a 20 minutos en coche de donde crecí. O en Hebrón, que está a apenas una hora conduciendo de Jerusalén”, explica Kurz, cofundador además de la organización ‘ Breaking the silence‘ [Rompiendo el silencio], dedicada a recopilar testimonios de soldados israelíes que sirvieron en Cisjordania.

La vida desde un puesto de control

Micha Kurz entró en el ejército a los 18 años como parte del servicio militar obligatorio y con una clara vocación castrense. “Crecí en los scouts, que en Israel no tratan tanto de entrenar el liderazgo , sino de prepararte para el Ejército (…) Quería estar en una unidad de élite, ser piloto o soldado de combate”, recuerda. Ingresó en 1999, durante la Segunda Intifada, y fue enviado a un puesto de control, donde con apenas 19 años pasó a controlar una población de 900 palestinos que tenían que pasar por su puesto de control para poder acudir al trabajo o a la escuela.

“Yo controlaba toda una población civil, una sociedad entera. Tenía que decidir si la gente podía ir al trabajo, si podía ir a comprar, si los niños iban a ir al colegio ese día”, dice Kurz, que recuerda cómo comenzó a darse cuenta de que la realidad del ejército no era como la había imaginado.

“El entrenamiento está basado en cómo seguir las órdenes, y no cuestionar lo que dice el sargento (…) Durante mi servicio en el Ejército estuve en Hebrón, en Ramala y necesité mucho tiempo para entender lo que pasaba. Me di cuenta de que estábamos protegiendo no solo las fronteras, sino también los asentamientos, y no solo protegiendo a los colonos, sino permitiendo y apoyando su expansión”, explica Kurz. El ex soldado hoy ejerce de activista junto a la población palestina de Jerusalén, la mayor área urbana del pueblo palestino, partida por el muro de separación levantado por Israel en 2002 y “capital futura de Palestina” en palabras del joven israelí.

“Israel es una sociedad militarizada, comenzando por el servicio militar obligatorio, lo cual es una cosa básica. Pero incluso la forma de la que somos educados, la normalidad de ver pistolas en cualquier lugar en la calle. Es algo normal para nosotros, no las vemos, son transparentes. Si te fijas en la publicidad, la mejor forma de vender algo es poner un soldado en el anuncio”, explica Vardi, que desde muy pequeña tuvo una visión del conflicto completamente distinta a la de Micha Kurz, al haber visitado desde los 13 años los territorios ocupados y haber tenido relación con los palestinos.

“Descubrí una realidad muy diferente, en la que mis amigos eran ilegales en sus propias casas”

El caso de Vardi era particular en su contexto cercano en Jerusalén no solo por haber conocido a palestinos desde adolescente –“Hablábamos sobre cosas normales, que odiábamos las matemáticas, pero también descubrí una realidad muy diferente, en la que mis amigos eran ilegales en sus propias casas, o nos llamaban para que fuéramos a recogerlos de la comisaría o de un checkpoint”, explica— , sino también por pensar distinto en una sociedad en la que se educa a los más jóvenes para permanecer a la espalda de la ocupación de un territorio.

“En el sistema educativo la ocupación prácticamente no existe. La palabra ‘palestinos’ no existe. Son árabes, no palestinos”, dice Sahar Vardi, que cuando iba a cumplir los 18 años, edad del servicio militar obligatorio en Israel, decidió objetar públicamente junto a unos compañeros, llegando a escribir al primer ministro del momento, Ehud Olmert.

“Es bastante fácil no ir al ejército si sabes cómo. El recurso de enfermedad mental es la puerta de atrás para librarse del servicio militar, hay un 12% de la población israelí que lo hace cada año”, explica la activista israelí, que tuvo que sufrir tres meses de cárcel y dos de detención por haber decidido objetar públicamente.

Tomar esta decisión le ha acarreado consecuencias más de rechazo social que legales, aunque Vardi explica que recientemente se ha aprobado una ley que permite priorizar a los que hayan servido en el ejército en prestaciones sociales como sanidad, empleo público o vivienda, discriminando a aquellos que no hayan realizado la conscripción militar.

“Las consecuencias políticas y sociales están aumentando. Una de las leyes que se ha aprobado con este propósito es la llamada ‘ Ley de ONG’, que pretende establecer más impuestos a las organizaciones no gubernamentales de tipo político. Entre ellas, hay un grupo de organizaciones que no van a tener ninguna financiación de entidades extranjeras, aquellas que apoyan la resistencia armada contra Israel, las que apoyan el boicot contra Israel, o las que apoyan la objeción al servicio militar”, explica Sahar, que entiende estas legislaciones como una forma de amedrentar a aquellos que no quieran ir al ejército.

“El pacto se ha roto”

Por su parte, Micha Kurz expone también otra realidad, ya mostrada en 2011 con los movimientos de protesta que se produjeron en varias ciudades israelíes, de que el “pacto” que vinculaba a los israelíes con su ejército a cambio de beneficios estatales está “roto”. “El movimiento sionista se construyó como un sueño socialista de la nacionalidad judía. Mis padres se hicieron sionistas porque se les hizo una promesa. Se ofrecieron servicios públicos, vivienda pública, sanidad, trabajo, pensiones… Lo único que tenías que hacer era servir en el ejército y continuar en la reserva hasta los 45 años”, explica. Ahora, con servicios sociales privatizados y prestaciones disminuidas, la situación es distinta.

“En los checkpoints y en las fronteras no verás soldados de clase media, solo de clases trabajadoras”, agrega Vardi, que asegura que cada vez hay más jóvenes que dejan de hacer el servicio militar obligatorio por motivos económicos, muchos de ellos utilizando la vía de la enfermedad mental, pero otros rehusando de forma pública. “Ahora mismo hay dos objetores públicos en prisión y hay otro que se unirá a ellos el próximo mes”, explica Vardi, que trabaja apoyando a los objetores y denunciando la militarización de su país.

Como activistas, Micha Kurz y Sahar Vardi son críticos con los procesos de negociación actuales, que ven más como “una representación”, pero no como algo que vaya a tener verdadero resultado. Sin embargo, Vardi sí confía en la importancia del boicot comercial a Israel que se va extendiendo, y en su influencia a futuro para la solución del conflicto. “Lo dijo (el secretario de Estado de los Estados Unidos) John Kerry, si estas negociaciones fallan, el boicot a Israel va a crecer”, explica.

“Si las negociaciones fallan, el boicot seguirá creciendo. La gente en el mundo está harta de esto, y está harta de financiar algo con lo que están en contra”, finaliza la joven activista.

Fuente: Miguel Ángel Moreno Ramos para eldiario.es