
Juan Gelman y Tali Feld Gleiser. Feria del Libro de Santo Domingo 2013.
¿Qué lugar ocupa lo judío en la vida y la escritura de Gelman? ¿Qué espacio en su visión del mundo, en su subjetividad? A estas preguntas responde el poeta -asiduo lector de la Cábala- en los textos que siguen. Tema complejo. ¿Hasta qué punto hacen literatura judía los escritores judíos que escriben en castellano, en un idioma otro que el idish o el hebreo? Cada lengua es una cosmovisión, heredada, soportada si se quiere, construida por generaciones y generaciones de hablantes, una lengua que dice «perro» y no «chien”, o “dog” y no «sabaka». Lo que cada palabra en una lengua arrastra, calla y dice y vuelve a callar está unido a una constelación de silencios y decires de todas las palabras de esa lengua, unido con lazos de fuego azul que iluminan tenuemente su noche, resplandecen de pronto y vuelven a callar, no a apagarse, ondulantes como acero líquido cuyo fulgores anuncio de firmeza que fuera cimiento del gran todo de una lengua.
La lengua materna es la que nos ata a una visión del mundo construida a lo largo del tiempo por los hablantes, los hablados de esa lengua. En el tiempo se construye en la lengua lo que tal vez podría llamarse el inconsciente del discurso, hecho de un número infinito de citas anónimas, un inconsciente que nos constituye. Por eso creo que los únicos escritores judíos de verdad -me refiero a su literatura- son los que han escrito y escriben en idish o en hebreo (caso especial del sefardí). Hay planos que se mezclan con
indiscriminación a veces en relación con un escritor: la lengua, por un lado, la lengua en la que escribe, y su nacionalidad o religión. Por ejemplo, Kavafis: ¿es un poeta egipcio o griego? Nacido en Alejandría, Egipto, en setenta años de vida sólo visitó Grecia en dos ocasiones y apenas un mes en cada caso. Dos meses en total. Pero no puede decirse que Kavafis fuera un poeta egipcio. Fue un gran poeta griego. ( … )
La lengua es mucho más que una cosmovisión. Tiene un inconsciente, depósito de siglos. Sería además una matriz que aún nos contiene y contenemos, aún nos alimenta y alimentamos, después de ser expulsados del vientre materno. Pasamos del vientre materno a la lengua materna, de una matriz material a otra espiritual, que no nos abandonará hasta nuestra muerte. ¿No se siente acaso al hablar y sobre todo al escribir las irrigaciones de esa matriz que nos hace la boca, sus oscuridades, aguas y navegaciones, su latir secreto y circular, la inminencia de otro mundo detrás de esa pared transparente de nadas, mundo que atisbamos sin tocar, cuya lejana cercanía nos toca como presente ausencia que nos habla, que nos hace hablados por ese «aquello» que para San Juan de la Cruz es Dios? ¿Ese «aquello» que para el rey David de los Salmos era el «zot»? ¿Ese “aquello» que es, en definitiva, todo lo que la lengua calla cuando habla? En ese inconsciente de la lengua se aloja todo lo judío que cabe en la lengua castellana. (…)
Es seguro que la dimensión judía palpita en la escritura de todos nosotros. Cómo negar que las velas de los viernes a la noche o las comidas de Péisaj me han dejado una impronta que, al decir de Plotino, una cosa sin forma deja en el alma. Pero menos puedo negar que nací en la Argentina, que la sociedad argentina y la cultura de una clase en la Argentina han dejado marcas profundas en mí que pertenezco a la gran patria de la lengua castellana, a su visión, su sonido, sus silencios, sus continentes y sus islas, sus maneras de estallar en el odio y el amor. Todos nosotros somos hablados por esa lengua y lo extraordinario es que otra lenguas, las lenguas del exilio desembocan en el gran río del idioma de los argentinos, ensanchándolo, sumándole camalotes que descienden del Po, Dniéper, o del Vístula, cambiando el color de sus aguas como limos que la lengua arrastra y deposita en la profundidad de su aventura, una
aventura que nunca acabará.
Pero, ¿qué sería, qué es la dimensión de lo judío en la literatura castellana? ¿0 tal vez habría que preguntarse, mejor, en la cosmovisión «en castellano», tal vez universal? El tema es vastísimo y debería convocar la atención de filólogos, especialistas en estética y críticos
literarios y, por qué no, teólogos. ( … )
Volviendo a lo que nos reúne, creo que efectivamente hay en la obra de todos nosotros una dimensión judía. Creo también que se escribe con el cuerpo, pero me resulta imposible, en mi caso, definir lo judío que constituye mi subjetividad y que, sin duda, alienta en lo que escribo.
Lo judío en la literatura en castellano, en Hispamérica, N62, EEUU, agosto, 1992.
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Universal y pluralista
Estoy convencido de que si hay una cultura universal y pluralista en el mundo, esa es la cultura judía. Es un fenómeno realmente extraordinario, creado desde abajo, desde la comunidad, en pleno exilio, sin un Estado detrás que apoyara o fomentara esos procesos. Es tal vez, en ese sentido, la cultura más democrática del mundo, la más variada, la más plurilingüe y ciertamente pluricultural. Una cultura hecha en los cuatro rincones de la tierra. ( … )
Si pensamos en toda esa diversidad que es hija de la incorporación de y la participación en tantas culturas diferentes; si pensamos que es una cultura que ha hablado y escrito en hebreo, arameo, árabe, idish, variaciones diversas del español, ¿cómo se puede pensar que a esa cultura se la pueda enchalecar en molde único, rígido, y aún en un Estado?
Una cultura cuya extraordinaria cualidad estriba en que fue construida a lo largo de los siglos alrededor de un vacío: el vacío de Dios, el vacío del suelo original, el vacío que conlleva a la utopía. ( … )
Yo deseo aclarar que jamás tuve conflicto alguno con lo judío de mí, es decir con mi «judío de mí”. Tal vez por eso, jamás tuve conflicto alguno con mi «argentino de mí». He estado y estoy en desacuerdo con políticas del Estado de Israel; no estoy para nada en desacuerdo con la existencia del Estado de Israel. No puedo estar de acuerdo con la política que se ha seguido, hasta ahora, con los palestinos.
Juan Gelman: una cultura democrática en Nueva Sión, Buenos Aires, 22 de agosto de 1992.
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Luria, el cabalista
Yo fui un niño judío, pero no practicante. Claro, en mi casa pasaban cosas que uno no sabe cómo entran en la propia subjetividad; la celebración de las fiestas judías más importantes, por ejemplo. Pero en mi casa nunca se practicó el ayuno de los viernes, que va de la primera estrella de los viernes a la primera estrella de los sábados… Mi encuentro de fondo con la cultura judía y hebrea se produjo después, cuando conocí el exilio. Entonces empecé a preguntarme muchas cosas acerca de porqué nos habían derrotado, de las
matanzas en la Argentina, la desaparición de seres queridos, la ausencia de uno del país, la ausencia del país para uno, del habla de su gente… Ese sentimiento me llevó también a leer por primera vez la Cábala. Y encontré en ella algo acorde con lo que me ocurría, es decir, una visión exiliar de la vida. Encontré esa misma visión en poetas hebreos de los siglos XII, XIII y XIV, sobre todo españoles, italianos, alemanes, y «traduje» algunos de sus textos que reuní en mi libro Con/ posiciones. En realidad, lo que hice fue tomar textos y reescribirlos; la única relación que tienen algunos con el original es el sentimiento… Los cabalistas se preguntan: ¿Acaso el hombre no está exiliado sobre la Tierra? Y uno de esos cabalistas formuló una idea extraordinaria, Isaac Luria, cabalista del siglo XVI de Safed, en Palestina, encontró que el primer gran exiliado es Dios mismo porque se retira de sí mismo para dar espacio a su creación y así se exilia de su obra. Aclaro que no me he vuelto místico; estoy hablando de esas lecturas, de lo que me trajeron en consonancia con mi situación, y también de algo que sospecho: que entre la poesía y la mística hay por lo menos una dimensión común, la del éxtasis, el «salirse de sí”, y que ese éxtasis en realidad sucede en el silencio, en el silencio de los místicos y e el silencio de los poetas.
Pedro Salvador Ale, Juan Gelman: la fe poética, entrevista publicada en Periódico de Poesía, N° 11, México, 1995.
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